domingo, 14 de agosto de 2016

Solemnidad de la Asunción de la Virgen María



 "Apareció una figura portentosa en el cielo: una mujer vestida del sol, la luna por pedestal, coronada con doce estrellas" (Ap 11,19). Maravillado y transido de belleza canta el poeta:
“¿A dónde va, cuando se va la llama?
 ¿A dónde va, cuando se va la rosa?
 ¿Qué regazo, qué esfera deleitosa,
 ¿qué amor de Padre la abraza y la reclama?.

 Esta vez como aquella, aunque distinto;
el Hijo ascendió al Padre en pura flecha.
 Hoy va la Madre al Hijo, va derecha
 al Uno y Trino, el trono en su recinto..

 No se nos pierde, no; se va y se queda.
 Coronada de cielos, tierra añora
 y baja en descensión de Mediadora,
 rampa de amor, dulcísima vereda”.

«La que concibió en su seno virginal y trajo al mundo al Hijo de Dios, Verbo Eterno, experimenta hoy la perfecta glorificación del alma y del cuerpo en el tabernáculo de la Santísima Trinidad. Y nuestros corazones, como siempre, también hoy, pero hoy más que nunca, se dirigen a Ella con toda la sencillez y la confianza de los niños. ¡Alegrémonos por la eterna gloria de la Madre de Cristo y Madre nuestra!» (Beato Juan Pablo Magno).
En la Virgen María, elevada el cielo, resplandece la victoria definitiva de Cristo sobre la muerte.

Ilumina tú, Mujer fiel, a la humanidad de nuestro tiempo, para que comprenda que la vida de todo hombre no se extingue en un puñado de polvo, sino que está llamada a un destino de felicidad eterna.

Solemnidad la Asunción de la santísima Virgen María al cielo. Este es un día de esperanza y de luz, porque todos los hombres, peregrinos en la tierra, pueden vislumbrar en María "el destino glorioso" que les espera.

Hoy contemplamos a la Esclava del Señor envuelta en un resplandor regio en el Paraíso, adonde nos ha precedido también con su cuerpo glorificado. La contemplamos como signo de esperanza segura. En efecto, en María se cumplen las promesas de Dios a los humildes y a los justos: el mal y la muerte no tendrán la última palabra.


La tradición cristiana, como sabemos, ha colocado en el centro del verano una de las fiestas marianas más antiguas y sugestivas, la solemnidad de la Asunción de la santísima Virgen María. Como Jesús resucitó de entre los muertos y subió a la diestra del Padre, así también María, terminado el curso de su existencia en la tierra, fue elevada al cielo.

La liturgia nos recuerda hoy esta consoladora verdad de fe, mientras canta las alabanzas de la Virgen María, coronada de gloria incomparable. "Una gran señal apareció en el cielo -leemos hoy en el pasaje del Apocalipsis que la Iglesia propone a nuestra meditación-: una mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza" (Ap 12, 1). En esta mujer resplandeciente de luz los Padres de la Iglesia han reconocido a María. El pueblo cristiano en la historia vislumbra en su triunfo el cumplimiento de sus expectativas y señal de su esperanza cierta.

María es ejemplo y apoyo para todos los creyentes:  nos impulsa a no desalentarnos ante las dificultades y los inevitables problemas de todos los días. Nos asegura su ayuda y nos recuerda que lo esencial es buscar y pensar "en las cosas de arriba, no en las de la tierra" (cf. Col 3, 2). En efecto, inmersos en las ocupaciones diarias, corremos el riesgo de creer que aquí, en este mundo, en el que estamos sólo de paso, se encuentra el fin último de la existencia humana.

En cambio, el cielo es la verdadera meta de nuestra peregrinación terrena. ¡Cuán diferentes serían nuestras jornadas si estuvieran animadas por esta perspectiva! Así lo estuvieron para los santos:  su vida testimonia que cuando se vive con el corazón constantemente dirigido a Dios, las realidades terrenas se viven en su justo valor, porque están iluminadas por la verdad eterna del amor divino.

Que María obtenga para todos sentimientos de comprensión, voluntad de entendimiento y deseo de concordia.


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