No
temas, pequeño rebaño
La palabra del Señor pretende ayudarnos a unirnos a Jesús, el
que se hace sacramentalmente presente en esta Eucaristía. Vamos a unirnos al
que “a pesar de su condición divina, no hizo alarde su categoría de Dios, sino
que se hizo débil, pasando por uno de tantos. En su debilidad realizó su tarea
de servicio, dando su vida por los demás, apoyado con optimismo solo en el poder del
Padre, sin temer poderes humanos.
La
palabra del Señor invita a los cristianos al optimismo, a pesar de su pequeñez
sociológica. Claramente lo afirma Jesús en el Evangelio, donde habla de la
necesidad de superar complejos de inferioridad y temores, porque Dios está con
ellos, les ha hecho partícipes del Reino y les ha encomendado la tarea de
darlo a conocer. Históricamente Jesús dirigió a sus discípulos esta exhortación
en un momento de su ministerio en que la masa le está abandonando, porque no
está de acuerdo con su predicación, tan alejada de sus intereses materiales. Da
la impresión de que todo va al fracaso. Las otras lecturas completan esta
enseñanza: los israelitas en Egipto, a pesar de su debilidad, salen de Egipto con
optimismo, confiando en la protección de Dios (1ª lectura). Y es que, como dice
la 2ª lectura, la “fe es seguridad de lo que se espera, y prueba de lo que no
se ve”. La fe hace participar el poder de Dios, que nunca falla, y por ello es
fuente de optimismo, a pesar de la pequeñez.
El mensaje tiene plena actualidad en estos momentos en que el
cristiano vive su fe en un contexto sociológicamente hostil, en que los medios
de comunicación, el ambiente, los
grandes lobbis, están ajenos al Evangelio, cuando no claramente en contra. Es
un ambiente que invita a temores, a complejos de inferioridad y a recluirse en
un ghetto, pero el Señor no quiere nada de eso. Aunque no son del “mundo”, han
de vivir su fe y darla a conocer en el mundo, para poder ser testigos y
fermento en él. El cristiano es enviado por Dios, va en su nombre y sólo en Él
reside su fortaleza, pues da a cada uno la audacia, valentía y libertad (la
“parrhesía”) que capacita para vivir en
un medio hostil.
Si sólo en Dios reside su fortaleza, esto implica no buscarla
en medios mundanos, como en poder político, el poder económico y, mucho menos,
en poderes demoníacos (la mentira, la injusticia, el robo…), como enseña la
tercera de las tentaciones que superó Jesús, donde el Tentador ofrece a Jesús
todos los poderes del mundo si le adora. Por eso la Iglesia debe evitar la tentación
de ser fuerte entre los fuertes, pues lo suyo es aparecer como necedad y
debilidad 1 Cor 1, 19-21). La historia de los fracasos eclesiales cuando ha
querido apoyarse en poderes humanos. Su único apoyo es la fe. La Iglesia
ciertamente ha de emplear medios humanos para la realización de su tarea, pues
esto es necesario para toda persona y grupo humano, pero en la medida de la
necesidad, y medios disponibles para todos, sin ningún tipo de privilegio.
Dios
promete a la Iglesia esta seguridad, no para que viva tranquila y sin
problemas, sino para que sirva a los hombres. Por eso la exhortación de Jesús
continúa hablando de la necesidad de la vigilancia, una vigilancia que en
tercer ejemplo se concreta en el servicio. Jesús vivió para servir a los demás
y el cristiano ha de seguir este camino. La Iglesia, cuerpo de Cristo, consta
de muchos miembros y servicios; cada un oi tiene una tarea concreta que ha de
realizar con fidelidad. Dentro de la familia, iglesia doméstica, dentro de la
comunidad eclesial, dentro de la sociedad. San Pablo ofrece un buen ejemplo de
lo que es servir, en su discurso de despedida a los presbíteros de Éfeso: “No he omitido por miedo nada de cuanto os
pudiera aprovechar, predicando y enseñando en público y en privado, dando solemne testimonio tanto a judíos como
a griegos (…) Pero a mí no me importa la
vida, sino completar mi carrera y consumar el ministerio que recibí del Señor
Jesús: ser testigo del Evangelio de la gracia de Dios (…).Testifico en el día
de hoy que estoy limpio de la sangre de todos:
pues no tuve miedo de anunciaros enteramente el plan de Dios. Tened
cuidado de vosotros y de todo el rebaño sobre el que el Espíritu Santo os ha
puesto como guardianes para pastorear la Iglesia de Dios, que él se adquirió
con la sangre de su propio Hijo. (…) Por eso, estad alerta: acordaos de que
durante tres años, de día y de noche, no he cesado de aconsejar con lágrimas en
los ojos a cada uno en particular (Hch 20,20.21.24.26-28.31).
Como dice san Pablo, la Iglesia es de Dios, no
nuestra. El que recibe una tarea no es su dueño, sino su servidor, que ha de
dar cuentas: “Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá; al que mucho se le
confió, más se le exigirá”.
D.
Antonio Rodríguez Carmona
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