El seguimiento de Jesús
implica un firme
compromiso y navegar contra corriente
Jesús
continúa caminando hacia Jerusalén por una senda estrecha que lo llevará a su
glorificación e invita a sus discípulos de todos los tiempos a seguirle con
seriedad para poder compartir su gloria, cuya puerta es estrecha.
En tiempos de Jesús, lo mismo que
ahora, no era infrecuente entre la gente piadosa preguntarse sobre el número de
los que se salvan. La experiencia dice que son muchos los que viven ajenos a
preocupaciones religiosas y que vivimos en un mundo donde reina la injusticia. Jesús
no responde directamente a esta curiosidad sino que exhorta seriamente a la
conversión, pues estamos en el plazo concedido gratuitamente para ello. Hay que
esforzarse seriamente por entrar por
la puerta que conduce a la salvación, pues es estrecha. Se habla de una sola
puerta (con artículo determinado, la
puerta) y ésta además es estrecha, lo que exige un esfuerzo y que se entra de
uno en uno, es decir, por una decisión personal. Además el entrar no depende
solo del hombre, sino también y especialmente del «amo de la casa», que, a
la luz del contexto es el propio Jesús. El
amo la cerrará cuando lo determine libremente y ya no será posible la entrada.
Entonces,
cuando ya haya terminado el plazo de conversión, no será posible la entrada y no valdrá apelar
a que fueron oyentes de Jesús y compartieron con él comida y bebida. A nivel
histórico la frase se refiere a los contemporáneos de Jesús, pero Lucas piensa
también en los cristianos de todos los tiempos que asisten a la Eucaristía y no
se convierten. Jesús rechaza esta motivación, pues «No sé quiénes sois […] No sé de dónde sois ». Saber tiene un matiz
volitivo, conocer con amor. No basta haber tenido una relación material con
Jesús, es necesario que esa relación sea amistosa, entre personas que se aman
mutuamente, lo contrario es una profanación, que Jesús rechaza con palabras del
Sal 6,9: «Alejaos de mí todos los
que obráis la iniquidad ». A continuación cambia la escena y se describe
el banquete que tiene lugar en la sala de fiestas con Jesús y la situación
dolorosa de los que quedan fuera. En la mesa del reino de Dios estarán sentados
Abraham, Isaac y Jacob, los profetas y muchos gentiles de los cuatro puntos
cardinales, mientras que los que no se han convertido quedarán fuera con « llanto
y el rechinar de dientes ».
Como
consecuencia hay últimos, gentiles y pecadores que se han convertido, que serán
primeros, y primeros que serán últimos y quedarán fuera, contemporáneos de
Jesús y cristianos que no se convierten y no son reconocidos como tales por
Jesús. Es el cumplimiento de la promesa recordada en la 1ª lectura de gentiles
que vendrán de lejos a tomar parte del pueblo de Dios. Igualmente hoy “los primeros”
somos los cristianos y los “últimos” los paganos, pero lo importante es hacer
la voluntad de Dios, que por la gracia está al alcance de todo hombre de nueva
voluntad. Y también puede resultar que los últimos a la hora de la verdad sean
los primeros, a pesar de “haber comido y bebido” con Jesús.
El seguimiento de Jesús es serio y
exige navegar contra corriente contra las tendencias de la mayoría, lo que
implica sufrimiento, paciencia y fortaleza. Es uno de los medios que emplea
Dios, nuestro padre, para educarnos como hijos suyos (2ª lectura). Las
dificultades hacen crecer la calidad de nuestra vida filial.
Esta
invitación exigente a la conversión contrasta con los textos sobre la
misericordia divina. Ambas afirmaciones son verdad y hay que mantenerlas en
tensión permanente, evitando tanto el «compadreo» con Dios como el temor terrorífico. Dios padre pide un
amor serio, que se traduce en convertirse y en tomar en serio las palabras de
Jesús.
En la celebración de la Eucaristía
compartimos un adelanto sacramental del banquete final junto con los patriarcas
y todos los elegidos. En él Jesús “predica en nuestras plazas y comemos y
bebemos con él”, pero es necesario que nos unamos a su camino estrecho que
lleva al Padre.
D. Antonio Rodríguez Carmona
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