viernes, 19 de agosto de 2016

XXI Domingo Tiempo Ordinario



  
El seguimiento de Jesús implica un firme 
                          compromiso y navegar contra corriente
        
Jesús continúa caminando hacia Jerusalén por una senda estrecha que lo llevará a su glorificación e invita a sus discípulos de todos los tiempos a seguirle con seriedad para poder compartir su gloria, cuya puerta es estrecha.

         En tiempos de Jesús, lo mismo que ahora, no era infrecuente entre la gente piadosa preguntarse sobre el número de los que se salvan. La experiencia dice que son muchos los que viven ajenos a preocupaciones religiosas y que vivimos en un mundo donde reina la injusticia. Jesús no responde directamente a esta curiosidad sino que exhorta seriamente a la conversión, pues estamos en el plazo concedido gratuitamente para ello. Hay que esforzarse seriamente por entrar por la puerta que conduce a la salvación, pues es estrecha. Se habla de una sola puerta (con artículo determinado, la puerta) y ésta además es estrecha, lo que exige un esfuerzo y que se entra de uno en uno, es decir, por una decisión personal. Además el entrar no depende solo del hombre, sino también y especialmente del «amo de la casa», que, a la luz del contexto es el propio Jesús. El amo la cerrará cuando lo determine libremente y ya no será posible la entrada.

Entonces, cuando ya haya terminado el plazo de conversión,  no será posible la entrada y no valdrá apelar a que fueron oyentes de Jesús y compartieron con él comida y bebida. A nivel histórico la frase se refiere a los contemporáneos de Jesús, pero Lucas piensa también en los cristianos de todos los tiempos que asisten a la Eucaristía y no se convierten. Jesús rechaza esta motivación, pues «No sé quiénes sois […] No sé de dónde sois ». Saber tiene un matiz volitivo, conocer con amor. No basta haber tenido una relación material con Jesús, es necesario que esa relación sea amistosa, entre personas que se aman mutuamente, lo contrario es una profanación, que Jesús rechaza con palabras del Sal 6,9: «Alejaos de mí todos los que obráis la iniquidad ».  A continuación cambia la escena y se describe el banquete que tiene lugar en la sala de fiestas con Jesús y la situación dolorosa de los que quedan fuera. En la mesa del reino de Dios estarán sentados Abraham, Isaac y Jacob, los profetas y muchos gentiles de los cuatro puntos cardinales, mientras que los que no se han convertido quedarán fuera  con « llanto y el rechinar de dientes ».

Como consecuencia hay últimos, gentiles y pecadores que se han convertido, que serán primeros, y primeros que serán últimos y quedarán fuera, contemporáneos de Jesús y cristianos que no se convierten y no son reconocidos como tales por Jesús. Es el cumplimiento de la promesa recordada en la 1ª lectura de gentiles que vendrán de lejos a tomar parte del pueblo de Dios. Igualmente hoy “los primeros” somos los cristianos y los “últimos” los paganos, pero lo importante es hacer la voluntad de Dios, que por la gracia está al alcance de todo hombre de nueva voluntad. Y también puede resultar que los últimos a la hora de la verdad sean los primeros, a pesar de “haber comido y bebido” con Jesús.

         El seguimiento de Jesús es serio y exige navegar contra corriente contra las tendencias de la mayoría, lo que implica sufrimiento, paciencia y fortaleza. Es uno de los medios que emplea Dios, nuestro padre, para educarnos como hijos suyos (2ª lectura). Las dificultades hacen crecer la calidad de nuestra vida filial.
         Esta invitación exigente a la conversión contrasta con los textos sobre la misericordia divina. Ambas afirmaciones son verdad y hay que mantenerlas en tensión permanente, evitando tanto el «compadreo» con Dios  como el temor terrorífico. Dios padre pide un amor serio, que se traduce en convertirse y en tomar en serio las palabras de Jesús.
        
         En la celebración de la Eucaristía compartimos un adelanto sacramental del banquete final junto con los patriarcas y todos los elegidos. En él Jesús “predica en nuestras plazas y comemos y bebemos con él”, pero es necesario que nos unamos a su camino estrecho que lleva al Padre.

D. Antonio Rodríguez Carmona



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