El cristiano ha de ser
constructor de la paz y esto implica luchar contra las paces injustas y el ser
perseguido
Jesús ha venido a traer la verdadera paz, creando la
verdadera armonía entre todas las personas. El hebreo chalom, paz, significa etimológicamente armonía, orden, salud (pues
hay salud cuando cada miembro del organismo actúa armónicamente con relación
con los demás). Un sentido secundario es tranquilidad,
fruto de la armonía entre todos los miembros. Jesús, muriendo y resucitando, ha
creado la verdadera paz, pues ha establecido la debida armonía entre el hombre
y todos los seres: con Dios, pues nos ha hecho hijos; entre nosotros, pues nos
ha hecho hermanos: con las cosas, pues las ha hecho medios. Por ello para el
cristiano la paz no es una teoría ni un libro, sino una persona: Él es nuestra paz (Ef 2,14). Por el
bautismo nos unimos a Jesús y así recibimos radicalmente el don de la paz, en
él somos hijos de Dios y hermanos entre nosotros, estamos radicalmente
pacificados, con una vida con sentido.
Pero la paz traída por Jesús rompe la falsa
paz-tranquilidad existente en el mundo, fundada en el egoísmo y poder de unos
pocos y que se traduce en opresión, hambre, miseria, dolor y muertes. Este es
el sentido de las palabras de Jesús: la verdadera paz que él trae rompe la
falsa paz-tranquilidad existente y, como consecuencia los que crean y se
benefician de este desorden se alzaron contra él y se alzarán contra sus
seguidores que continúan su obra.
La paz es un don de Dios que se nos da en Cristo por
medio del Espíritu, uno de cuyos frutos es la paz (Gal 5,22), pero es también
una tarea que hay que realizar. Por ello en las bienaventuranzas se felicita a
los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios (Mt
5,9). Hay que trabajar por la paz verdadera, luchando contra la falsa
paz-tranquilidad existente en el orden-desorden mundial en el orden político y
económico: hambre en el mundo, explotación laboral, muerte de inocentes… La
consecuencia será la persecución, compartiendo la suerte de Jesús. La 1ª
lectura recuerda la persecución del profeta Jeremías por su predicación de la
verdadera paz en nombre de Dios, mensaje contrario a la política oficial. El
cristiano que trabaja por la paz ha de ser consciente de su suerte y ha de
estar preparado a sufrir con paciencia: corramos en la carrera que nos toca, sin retirarnos,
fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe: Jesús, que, renunciando
al gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando la ignominia, y ahora está
sentado a la derecha del trono de Dios. Recordad al que soportó la oposición de
los pecadores, y no os canséis ni perdáis el ánimo (2ª lectura).
Trabajar por la paz implica tener una postura activa
en política, que no consiste en pertenecer a un partido político, que también,
sino en estar informado de todo lo que sucede, tomar parte activa en la
denuncia de toda injusticia y colaborar en la solución de los desórdenes
sociales por medios no violentos activos. Vivimos en tiempos de descrédito de
la política, sin embargo la democracia es lo mejor dentro de lo peor, que sería
una dictadura como alternativa. La persona que “no quiere saber nada de
política” es el mejor abono para que prospere la corrupción política, pues con
su pasividad está permitiendo que otros continúen con sus abusos.
En la celebración de la Eucaristía compartimos la
muerte de Jesús y nos alimentamos para seguir luchando y poder compartir
también su resurrección.
Rvdo. don Antonio Álvarez Carmona
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