Humildad y gratuidad en el
seguimiento de Jesús
El Evangelio recuerda que Jesús aceptó
la invitación a comer que le hizo un fariseo importante del pueblo. Ha venido a
buscar y salvar al hombre y por ello está abierto a todos y siempre con una
actitud evangelizadora, como reflejan estas enseñanzas a propósito de lo que
estaba viendo: “Notando que los invitados buscaban los primeros puestos”... En
este contexto exhorta a la humildad y la gratuidad, necesarias para seguirle en
el camino.
Humildad es la verdad, es decir,
reconocer nuestra realidad personal y actuar conforme a ella, ni más (orgullo,
soberbia) ni menos (complejos de inferioridad). Humanamente es importante vivir
en la propia verdad, de acuerdo con las cualidades y posibilidades que tenemos,
para poder realizarnos plena y gozosamente; hay quien se siente fracasado y
triste por situarse en la mentira, con un vestido que le viene demasiado ancho.
Inseparable del reconocimiento de las propias cualidades es el reconocimiento
del aprecio que se nos debe por ello. En este punto lo decisivo no es el
aprecio que cada uno tenga de sí mismo sino el que tengan los demás a la luz de
las cualidades que vean en nosotros y de nuestro comportamiento. En la parábola
el que se sienta en los primeros puestos tiene una excesiva estima de sí mismo,
pero el que decide el puesto es el que invita a la comida, que le manda
retroceder. Si es importante la humildad en la convivencia humana normal,
igualmente lo es en la comunidad eclesial,
cuya ley fundamental es el amor y el servicio. El papel del discípulo es el de
Jesús, que en la Última Cena presidió y lavó los pies de los discípulos a la
vez. Aquí cada uno debe esforzarse en vivir en la verdad, de acuerdo con los
carismas que ha recibido para servir
y no para presumir o recibir honores. El orgullo ha sido causa de muchas
desgracias en la Iglesia desde el primer momento, como atestigua Pablo: «No
seamos vanidosos, provocándonos unos a otros, envidiándonos unos a otros...
Pues si alguien cree ser algo, no siendo nada, se engaña a sí mismo. Que cada
uno examine su propio comportamiento; el motivo de satisfacción lo tendrá
entonces en sí mismo y no en relación con los otros. Pues cada cual carga con
su propio fardo» (Gal 5,26-6,5).
En esta línea nos invita a la humildad la 1ª lectura: «Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad y te
querrán más que al hombre generoso. Hazte pequeño en las grandezas humanas, y
alcanzarás el favor de Dios; porque es grande la misericordia de Dios, y revela
sus secretos a los humildes». Jesús profundiza esta idea cuando afirma que Dios
se complace en revelar sus secretos a los humildes (11,25) y, como
consecuencia, invita a tener corazón de niño para entrar en el Reino (Mt
19,13-15), es decir, ser personas que reconocen sus limitaciones con
naturalidad y saben depender con naturalidad: La autosuficiencia orgullosa
aparta de Dios y de los hombres.
En
el tiempo de la nueva evangelización Jesús nos invita a una humildad radical y a
no buscar oropeles personales. Debemos recitar con frecuencia el sal 130: Señor, mi corazón no es ambicioso ni mis
ojos altaneros, no pretendo grandezas que superan mi capacidad, sino que acallo
y modero mis deseos, como un niño en brazos de su madre...
Junto
a la humildad Jesús exhorta a la gratuidad, tan necesaria en la cultura
utilitarista y de consumo que vivimos en que se mide a las personas por lo que
tienen y pueden dar. La gratuidad es fruto inseparable del amor. El que da
gratuitamente no espera recibir nada como contraprestación; da porque reconoce
la dignidad del otro y lo estima. Dios nos ha dado a todos gratuitamente la
vida, a todos nos ha hechos hijos suyos y hermanos entre nosotros. Como somos
limitados, nos manda que nos ayudemos y completemos nuestras deficiencias en un
contexto de amor. En este contexto es legítimo el comercio e intercambio de
bienes justo, pero viendo siempre en el otro un hermano. Y como
desgraciadamente hay hermanos que no tienen medios para intercambiar, se nos
manda ejercer la gratuidad con ellos. En la medida de sus posibilidades, el
discípulo de Jesús ha de ejercer la gratuidad en las diversas facetas de su
vida. La Iglesia debe ser signo de la gratuidad de Dios.
La 2ª lectura nos recuerda que somos
miembros de una caravana cuya cabeza, Jesús, ya ha llegado a la meta y está
intercediendo por nosotros. Humildad y gratuidad son necesarias para caminar
hacia la meta, que vale la pena.
En la celebración de la Eucaristía
Jesús nos vuelve a recordar a los que estamos a su mesa que imitemos su
humildad y gratuidad. La Eucaristía supone humildad y gratuidad y la alimenta.
D. Antonio Rodríguez Carmona
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