Cuando me
puse a escribir esta carta al comenzar el curso, recordé la página del
Evangelio que el lunes pasado nos regalaba la Iglesia: esa que relata la vuelta
de Jesús a Galilea y, en concreto, a Nazaret, que era donde había sido criado.
Nos ayuda a asumir el realismo con el que tenemos que vivir nuestra vida
cristiana, porque también todos nosotros volvemos a los lugares donde vivimos,
trabajamos, o estudiamos. Como Nazaret para Jesús, esos lugares a los que
volvemos son significativos para nosotros. En ellos hemos de vivir y dar lo
mejor de nosotros mismos, al tiempo que vamos a aprender de quienes nos rodean:
familia, amigos, compañeros de trabajo, profesores que nos enseñan y nos
regalan todo lo que nos ayuda a crecer como personas… Comenzar un nuevo curso
en nuestro Nazaret, cada uno en el lugar donde esté, es una aventura
maravillosa para todos, en la que podemos acentuar nuestra misión como
cristianos, cada uno según la edad y las responsabilidades que tenga. Es una
gran oportunidad para dar un salto cualitativo en nuestra vida; es una gracia
inmensa que, si la acogemos como discípulos de Cristo, siguiendo sus huellas,
nos permite vivir de un modo singular en medio de nuestras tareas y participar
en la transformación de nuestro mundo.
¿A qué
transformación me refiero? A esa que proclamó Jesús en su tierra cuando dijo:
«El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido: me ha enviado a
evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los
ciegos la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de
gracia del Señor» (Lc 4, 18-19). El Señor llama a todos los hombres y mujeres
de este mundo. Los que un día dijimos que sí y deseamos asumir este compromiso
de transformación del mundo, que hemos recibido la vida del Señor, hemos sido
invadidos por su Espíritu y ungidos, damos gracias a Dios por su llamada y por
mantener nuestro entusiasmo en la misión. También le pedimos que mueva el
corazón de todos los hombres que aún no lo conocieron o que, habiéndole
conocido, sintieron que su entusiasmo decaía al ver la falta de testimonio de
quienes creemos en Él.
Sí, el
Señor llama e invita a tomarnos en serio la transformación de este mundo;
llevando una vida que demuestre que esta transformación es sinónimo de
honestidad y justicia y antónimo de cualquier forma de corrupción. Esto es
posible. Hay que hacerlo siempre con la alegría y el entusiasmo que nos reclama
y nace del encuentro con Cristo, que nos hace libres, sensibles a todas las
necesidades de la humanidad, con capacidad crítica, con ese liderazgo que
proviene de vivir una vida conforme a la dignidad con la que nos ha revestido
el Señor. Os invito a vivir este compromiso con trasparencia y responsabilidad
concreta por los demás y por el mundo.
Todos
estamos de acuerdo en que podemos embellecer el mundo en el que vivimos si
somos fieles a la belleza que, en su pueblo de Nazaret, Jesús expresó que traía
y ofrecía a todos los hombres. ¡Qué palabras más precisas tiene el Señor para
decirnos su misión e invitarnos a la misma! Ofrezcamos con obras y palabras la
Buena Noticia, que es Jesucristo, a los más pobres; cada uno de nosotros puede
pensar en estos momentos quiénes son los más pobres y cómo los tenemos en
nuestro corazón. Regalemos la libertad que Dios ha dado y garantizado a todos
los hombres y que, a menudo, nosotros retenemos a personas o grupos, dando la
posibilidad de que todos tengan horizontes en la vida, visión auténtica de
quiénes son y de quiénes son también los que viven junto a ellos. Rompamos toda
opresión, toda atadura que nos limite desarrollar las dimensiones que tiene el
ser humano, entre las que se encuentra la dimensión trascendente.
A modo de
grito os ofrezco estas ideas para acoger en este nuevo curso:
1. ¡Qué
grande es Jesucristo!
2. Quién
sino Él nos ofrece tantas y tan bellas tareas para que los hombres nos sintamos
ofreciendo una nueva imaginación a la humanidad.
3. Quién
sino Él es capaz de desafiar miradas miopes y cortoplacistas, seductoras de
resignación por la avidez de ese juego peligroso que es la competitividad.
4. Quién
sino Él es huésped de sueños que desafían tantas certezas para nuestro tiempo y
es generador de horizontes de vida que señalan nuevas miradas, llenas de
compasión para todos los hombres.
5. Quién
sino Dios nos hace testigos fuertes de apertura a todos los hombres porque
todos ellos son hermanos nuestros.
6. Quién
sino Él nos ofrece nuevos canales de entendimiento, de solidaridad, de
creatividad, de ayuda mutua.
7. Quién
sino Jesucristo nos da las medidas reales que nos impulsan al compromiso, a
romper el anonimato y el aislamiento.
8. Quién
sino Él nos invita a construir de una manera nueva la historia.
Comencemos
el nuevo curso con conciencia de enviados. Esto es ser discípulos misioneros.
Con gran afecto, os bendice,
+Carlos Cardenal Osoro,
Arzobispo de Madrid
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