Primera lectura:
Am 6,1a.4-7: Los discípulos encabezarán la cuerda de
cautivos.
Salmo Responsorial:
Sal 145,7.8-9a.9bc-10: Alaba, alma mía, al Señor.
Segunda lectura:
1 Tim 6,11-16: Guarda el mandamiento hasta la manifestación del Señor.
Evangelio:
Lectura del santo Evangelio según san Lucas
16,19-31: Recibiste bienes y Lázaro en cambio males; ahora a él toca recibir
bienes y a ti males.
endiosar los bienes los convierte en alienantes e impide el reino de
dios.
Dios Padre, el único salvador, ofrece por medio de Jesús la plena felicidad
y los medios que nos ayudan en el “buen combate de la conquista de la vida
eterna” (segunda lectura). Los bienes materiales son buenos, porque han sido
creados por Dios: “Y vio Dios que todo era muy bueno” (Gén 1,31), pero el
hombre tiende a conseguir ya aquí la plena seguridad y felicidad, dando un
valor absoluto a los bienes, especialmente al dinero, a costa de lo que sea,
incluso medios injustos. La palabra de Dios denuncia esta tendencia engañosa,
alienante y contraria a conseguir la seguridad y felicidad plena, porque
impiden el reino de Dios, que exige justicia y defiende a los pobres y
desposeídos (primera lectura y salmo responsorial). La parábola del rico y el
pobre lo aclara; tiene dos partes. La primera se centra en la llamada “ley de
Abraham”: se presenta un rico que actúa como rico y un pobre que sufre las
consecuencias de su situación. No se alude a sus comportamientos éticos. Muere
el rico y se condena, constata que sufre y que ha perdido todo su poder; muere
el pobre y se salva. La razón la da Abraham: uno gozó en esta vida y le toca
sufrir en la futura; el otro sufrió y le toca gozar, es decir, en la muerte se
cambian las tornas de ricos y pobres. Hasta aquí todo parece un poco mecánico:
¿dónde queda la vida moral? ¿Todo rico se condena y todo pobre se salva?
Realmente esta “ley de Abrahán” sólo quiere ser expresión de una constatación:
a más bienes, menos religiosidad, pero no explica la razón. La segunda parte lo
aclara: la palabra de Dios tiene poder para iluminar la vida del hombre y para
ayudarle a caminar de acuerdo con el plan de Dios, pero los bienes ciegan y
ensordecen a las personas, alienan y engañan y por eso “no creerán aunque
resucite un muerto y se les aparezca”.
El cristiano vive en un ambiente que da valor
absoluto a los bienes; por otra parte, sufre carencias si quiere ser fiel a sus
convicciones cristianas, incompatibles con los medios injustos para obtener
bienes. Por eso la palabra de Dios lo invita a saber relativizar todos los
bienes, “lo ajeno”, y a vivir austeramente, con lo necesario para vivir, y a
compartir con el necesitado, la mejor inversión para tener un tesoro en el
cielo; y junto a esto a luchar contra toda injusticia, defendiendo el derecho
de los pobres. Pero ¡atención! relativizar bienes no es despreciar ni dejarlos
inactivos: hay que utilizarlos al servicio de un mundo mejor.
Compartir la Eucaristía, único bien absoluto que nos
regala el Padre, adelanto y garantía de
la seguridad y felicidad plena del reino de Dios futuro, exige
relativizar los bienes, vivir austeramente, compartir con los necesitados y
sostenerlos en sus reivindicaciones.
Dr. Antonio Rodríguez Carmona
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