sábado, 28 de septiembre de 2019

XXVI Domingo del Tiempo Ordinario




Primera lectura:
Am 6,1a.4-7: Los discípulos encabezarán la cuerda de cautivos.
Salmo Responsorial:
Sal 145,7.8-9a.9bc-10: Alaba, alma mía, al Señor.
Segunda lectura:
 1 Tim 6,11-16: Guarda el mandamiento hasta la manifestación del Señor.
Evangelio:
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 16,19-31: Recibiste bienes y Lázaro en cambio males; ahora a él toca recibir bienes y a ti males.


endiosar los bienes los convierte en alienantes e impide el reino de dios.

Dios Padre, el único salvador,  ofrece por medio de Jesús la plena felicidad y los medios que nos ayudan en el “buen combate de la conquista de la vida eterna” (segunda lectura). Los bienes materiales son buenos, porque han sido creados por Dios: “Y vio Dios que todo era muy bueno” (Gén 1,31), pero el hombre tiende a conseguir ya aquí la plena seguridad y felicidad, dando un valor absoluto a los bienes, especialmente al dinero, a costa de lo que sea, incluso medios injustos. La palabra de Dios denuncia esta tendencia engañosa, alienante y contraria a conseguir la seguridad y felicidad plena, porque impiden el reino de Dios, que exige justicia y defiende a los pobres y desposeídos (primera lectura y salmo responsorial). La parábola del rico y el pobre lo aclara; tiene dos partes. La primera se centra en la llamada “ley de Abraham”: se presenta un rico que actúa como rico y un pobre que sufre las consecuencias de su situación. No se alude a sus comportamientos éticos. Muere el rico y se condena, constata que sufre y que ha perdido todo su poder; muere el pobre y se salva. La razón la da Abraham: uno gozó en esta vida y le toca sufrir en la futura; el otro sufrió y le toca gozar, es decir, en la muerte se cambian las tornas de ricos y pobres. Hasta aquí todo parece un poco mecánico: ¿dónde queda la vida moral? ¿Todo rico se condena y todo pobre se salva? Realmente esta “ley de Abrahán” sólo quiere ser expresión de una constatación: a más bienes, menos religiosidad, pero no explica la razón. La segunda parte lo aclara: la palabra de Dios tiene poder para iluminar la vida del hombre y para ayudarle a caminar de acuerdo con el plan de Dios, pero los bienes ciegan y ensordecen a las personas, alienan y engañan y por eso “no creerán aunque resucite un muerto y se les aparezca”.

El cristiano vive en un ambiente que da valor absoluto a los bienes; por otra parte, sufre carencias si quiere ser fiel a sus convicciones cristianas, incompatibles con los medios injustos para obtener bienes. Por eso la palabra de Dios lo invita a saber relativizar todos los bienes, “lo ajeno”, y a vivir austeramente, con lo necesario para vivir, y a compartir con el necesitado, la mejor inversión para tener un tesoro en el cielo; y junto a esto a luchar contra toda injusticia, defendiendo el derecho de los pobres. Pero ¡atención! relativizar bienes no es despreciar ni dejarlos inactivos: hay que utilizarlos al servicio de un mundo mejor.

Compartir la Eucaristía, único bien absoluto que nos regala el Padre, adelanto y garantía de  la seguridad y felicidad plena del reino de Dios futuro, exige relativizar los bienes, vivir austeramente, compartir con los necesitados y sostenerlos en sus reivindicaciones.

Dr. Antonio Rodríguez Carmona


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