Primera lectura:
Sab 9,13-18: ¿Quién puede comprender lo que Dios
quiere sin su Espíritu?
Salmo Responsorial:
Sal 89,3-4.5-6-12-13.14.17:
Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación.
Segunda lectura:
Flm 9b-10.12-17: Recíbele, no
como esclavo, sino como hermano querido.
Evangelio:
Lectura del santo Evangelio
según san Lucas 14,25-33: El que no renuncia a todos sus bienes no puede ser mi
discípulo.
Jesús, primer valor del
cristiano
Estamos en el comienzo de un nuevo curso, una nueva etapa en nuestra
vida, y la Iglesia nos invita a preguntarnos a dónde caminamos. No basta con
estar caminando, es necesario caminar en la dirección justa para llegar a la
meta. Y si la meta es compartir la gloria de Jesús, el camino justo es vivir
compartiendo sus valores.
La primera lectura recuerda que para conocer los valores de Jesús
necesitamos la luz del Espíritu Santo, pues nuestra mente está muy condicionada
por nuestras limitaciones personales físicas y morales, y por el ambiente en
que vivimos. Como resultado tenemos tendencia a justificar posturas y actitudes
que son contrarias al Evangelio. Hay que pedir al Espíritu Santo vivir en la
verdad, que normalmente implicará ir contracorriente, tomar la cruz.
La segunda lectura ofrece un ejemplo concreto de juicio de valores, la
visión que tenemos de la persona humana. Onésimo era un esclavo de Filemón,
cristiano acomodado de la ciudad de Colosas. Huyó de su dueño y marchó a Éfeso,
donde Pablo estaba predicando. Allí oye a Pablo, se hace cristiano y desea quedarse a su
servicio, pero este no lo acepta; quiere que antes arregle su situación social
de esclavo huido y lo envía a su dueño
con una carta en que le pide que perdone al huido y lo acoja, no como esclavo
sino como hermano en Cristo. Realmente a la luz del Evangelio todos somos
iguales, hijos de Dios y hermanos entre nosotros. Ser cristiano es vivir esta
realidad con todas sus consecuencias.
Finalmente en el texto evangélico Jesús invita a su seguimiento. Ser
cristiano es una aventura de amor, conocer, amar y seguir a una persona
concreta. Es una relación personal de amor entre Jesús y su seguidor. Pues
bien, esta relación exige realismo para no engañarse. Implica vivir con una
categoría clara de valores, en la que Jesús es el primero que hay que anteponer
a todos los demás, entre los que se nombran los más cercanos al hombre (su padre y a su
madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas) y uno
mismo, que es lo que más solemos querer. Mantener esta categoría de valores no
es fácil, pues son frecuentes las colisiones entre ellos; por ello el resultado
es “llevar la cruz en pos de Jesús”.
Vivimos en un mundo donde reinan los
valores de lo “políticamente correcto”, los valores del mercado, las exigencias
de la familia y del trabajo, etc. En este contexto el cristiano tiene que vivir
de acuerdo con los valores de Jesús. Por eso los ejemplos del constructor de la
torre o del rey que va a la guerra invitan a pararnos y examinar cómo vamos, a dónde
caminamos. Y entre todas las dificultades se resalta una, la inquietud por los
bienes, lo que explica la invitación de Jesús a renunciar a todos los bienes
para ser su discípulo. No se trata de una renuncia efectiva, sino afectiva,
como puede verse leyendo todo el evangelio de Lucas. Necesitamos de bienes, que
son buenos como creados por Dios, pero como medios y para todos. Una renuncia
afectiva implica usarlos de esta forma, como medio y con un uso social.
El salmo responsorial ayuda a la
reflexión a la que se nos invita, subrayando el carácter efímero de nuestra
existencia y de los bienes, que a veces queremos poner por delante de Jesús.
Todo ello pasará y sólo quedará él: «Mil años en tu presencia son un ayer, que
pasó, una vela nocturna. Los siembras año por año, como hierba que se renueva;
que florece y se renueva por la mañana, y por la tarde la siegan y se seca.
Enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato».
En la celebración de la Eucaristía renovamos nuestro compromiso de amistad personal con Jesús dentro de su familia eclesial; en ella le damos gracias por su amistad y le pedimos que él sea nuestro primer valor.
Dr. don Antonio Rodríguez Carmona
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