sábado, 21 de septiembre de 2019

XXV Domingo del Tiempo Ordinario




Primera lectura:
Am 8,4-7: Contra los que compran por dinero al pobre.
Salmo Responsorial:
Sal 112,1-2.4-6.7-8: Alabad al Señor, que ensalza al pobre.
Segunda lectura:
 1 Tim 2,1-8: Que se hagan oraciones por todos los hombres a Dios, que quiere que todos los hombres se salven.
Evangelio:
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 16,1-13: No podéis servir a Dios y al dinero.

invertir sabiamente.

La parábola presenta el caso, que pudo ser real, de un mal administrador a quien su señor va a quitar la administración. Se supone un gran terrateniente de Galilea, que vive lejos y tiene un administrador con plenos poderes para que actúe en su nombre. El arrendador debía pagar al dueño una cantidad por el arriendo y unos intereses de acuerdo con la cantidad. El dueño de las fincas solía pagar al administrador cediéndole los intereses con que se cargaba la deuda, normalmente exagerados. En este contexto el administrador despedido se plantea su futuro y solo ve dos medios para vivir, cavar en el campo como jornalero o mendigar, sintiéndose incapaz de ambas cosas. Por el trabajo burocrático llevado hasta ahora, ni tiene fuerzas físicas para trabajos de campo ni fuerza moral para mendigar. Entonces decide aprovechar el poco tiempo que le queda en la administración para ganarse amigos que le ayuden en el futuro. Para ello llama a los diversos deudores de su señor y les rebaja sensiblemente la deuda a base de renunciar a sus intereses, dejando intacta la cantidad debida al amo. Esto explica que el amo alabe el comportamiento del administrador por la astucia que manifiesta de cara al futuro, aunque esto haya supuesto pérdidas  al administrador. Jesús aplica el hecho a la conducta del discípulos ante los bienes: el discípulo debe aprender de esta astucia, intentando igualar la que tienen los hombres para afrontar sus problemas mundanos, en concreto, debe saber aprovechar los bienes que tiene ahora durante la vida en administración de cara al futuro en que se los quitarán (cf. Lc 12,20), aunque esto suponga aparentemente pérdidas de sus intereses materiales. La forma concreta de hacerlo es ganarse amigos compartiendo con los necesitados (cf. 12,33-34).

Es curioso que Jesús llame lo que tenemos: “dinero injusto” (dos veces), “lo menudo””, “lo ajeno”. Todos necesitamos de medios para poder vivir, representados aquí por el dinero, el medio por excelencia. Pero son solamente eso, medios, “lo menudo”, “lo ajeno”, contrapuesto a lo importante o “lo que vale de veras” y a lo “nuestro”. En el plan de Dios hay bienes que son los “nuestros” y son la participación plena, perfecta y gozosa de la filiación divina, a la que el Padre nos ha destinado para siempre, pues nos ha predestinado a ser sus hijos por medio de Jesús (Rom 8,29). Es la plena participación del amor de Dios.

Pero esta participación requiere que el hombre libremente la acepte, pues no se puede amar por real decreto. Por eso el Padre pone en nuestras manos ahora bienes para que hagamos prácticas de amor, utilizándolos correctamente en nuestro servicio y en el de los demás, pues todos los bienes tienen una hipoteca social. Ya Jesús nos enseñó que al final seremos examinados de amor (Mt 25,31-46). El que lo hace así, invierte correctamente de cara al mundo de Dios. Esto vale para todo tipo de bienes que ahora poseemos.

Nacemos sin nada, sólo con la vida, que tampoco es nuestra, pues nos la ha dado Dios por medio de nuestros padres. Nacemos sin dinero, cultura, cargo, poder... Y todo esto lo dejaremos aquí al morir. Por eso es fundamental saber invertir todo lo que tenemos de “ajeno” de cara a lo “nuestro” y permanente, que Dios padre quiere para todos los hombres (segunda lectura).

Jesús llama al dinero injusto, vil. Realmente merece esta calificación por su gran poder esclavizador y alienante del hombre, que lo busca y acumula creyendo encontrar en él la seguridad y salvación y, por ello, comete injusticias (primera lectura). Hasta el dinero ganado honradamente tienen una gotita de sangre. ¡Si un billete pudiera hablar y contar su historia, diciendo para qué ha sido utilizado!...

Esto nos dice el Padre en la Eucaristía de hoy, a la vez que nos entrega a su Hijo, el que mejor supo invertir su vida, consagrándola al servicio de los demás y consiguiendo así que los hombres, sus hermanos, tengamos posibilidad de tener “lo nuestro”. Compartir la Eucaristía es ratificar en nuestra vida la inversión que hizo Jesús con todo lo “ajeno” que poseemos.

Dr. don Antonio Rodríguez Carmona

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