viernes, 8 de octubre de 2021

«El precio que exige la verdad es a menudo muy elevado»

 

Un antiguo proverbio latino dice; “amigo de Platón, pero aún más amigo de la verdad”. Ha sido mil veces repetido y referido a asuntos muy distintos. Son palabras que suenan bien en labios de un hombre honesto, recto, veraz. Suenan bien en labios de quien no está dispuesto a traicionar o negar la verdad “por amistad”; alguien que no quiere pagar un tributo a la amistad que juzga demasiado alto; alguien que no está dispuesto a dar la razón a otro por el simple hecho de que sea su amigo; alguien, un juez, por ejemplo, que no cede a condenar a un inocente por más que quien se sienta en el banco opuesto de la sala sea una persona amiga. No, la verdad no es sobornable; resiste, granítica, ante el error, la falsedad o la mentira, por más generalizada que esté y por mejor fama de que pueda gozar.

Que algo sea políticamente correcto, que “se lleve”, que se acomode al “espíritu del tiempo”, a la opinión generalizada, no significa necesariamente que sea verdad; incluso puede ocurrir que muchos, la mayoría, piensen en su interior que, efectivamente, no es verdad; pero no se tiene el coraje de decirlo y permiten que esa voz interior sea ahogada por intereses no confesables o, simplemente por cobardía, por carecer de coraje para decirlo en voz alta, por no querer arrostrar la impopularidad, el descrédito o, incluso, la persecución; en ocasiones, simplemente porque se tiene miedo de que se le cierren caminos y posibilidades de ascenso en la vida profesional, política o económica. Es sabido que a quien no sostiene ciertas ideas “nuevas” -en realidad son viejas y anticuadas, y denominarlas “nuevas” es una ofensa a la verdad histórica- se le cierra con frecuencia el camino para alcanzar cargos de relieve a nivel nacional o internacional. No es un secreto para nadie que el precio que exige la verdad es a menudo muy elevado. Que lo digan si no, los miles de mártires que honran la historia de la Iglesia.

El pasaje del Evangelio que leímos el último domingo advertía del peligro de cerrar los ojos a la luz y los oídos a la verdad; de dejarnos llevar por la dureza (“esclerosis”, dice el texto original) de corazón. Decía el texto sagrado (Mc 10, 2) que los fariseos formularon una pregunta a Jesús para ponerlo a prueba: “¿Le es lícito al hombre repudiar a su mujer?” El texto griego habla de “apostasía” del varón respecto de su mujer.

Jesús responde, a su vez, preguntando por lo que dice la ley de Moisés al respecto. Y cuando Jesús escucha decir que Moisés permitió dar el acta de divorcio y repudiar a la propia mujer, replica que si Moisés lo permitió, “fue por la dureza, por la “esclerosis” del corazón de los hombres. E inmediatamente añade que “en el comienzo” no fue así; que no fue esa la voluntad de Dios al instituir el matrimonio; que al principio Dios nos creó hombre y mujer, y que el hombre abandonaría a su padre y a su madre para unirse a su mujer, de manera que ya no serían dos, sino una sola carne. Unión que nadie podrá romper (cfr. ibídem, 10, 6-9). Así dijo Jesús a los fariseos y así lo repitió a los discípulos poco más tarde, cuando ya estaban “en casa”, añadiendo para mayor claridad aun: “Si uno repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella repudia a su marido y se casa con ora, comete adulterio” (ibidem, 10, 11-12).

No faltará quien ante estas palabras de Jesús se dirá, como muchos de aquellos miles que escucharon el sermón del “pan de Vida” después de la multiplicación de los panes y los peces: “Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?”. Quizás esa pregunta afloró a los labios de los mismos discípulos de Jesús, obligando a que este les dirigiera la misma pregunta que a ellos: “También vosotros queréis marcharos?” (Jn, 6, 67). La verdad, puede resultar en ocasiones “dura”, porque no se acomoda al parecer de quien ha dejado que su fe se debilite. La verdad, como la luz, puede en efecto cegar, molestar cuando se oye resonar con claridad, en toda su pureza, la voz de Cristo, Verdad y Luz de los hombres. “Amicus Plato, sed magis amica veritas”.

+ José María Yanguas

Obispo de Cuenca

 

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