Cada momento y cada acontecimiento de la vida terrena de todo hombre siembra algo en su alma. Pues como el viento lleva millares de invisibles y visibles semillas aladas, así la corriente del tiempo lleva consigo gérmenes de vitalidad espiritual que se depositan imperceptiblemente en el espíritu y la voluntad de los hombres. La mayor parte de estas innumerables semillas perecen y se pierden, porque los hombres no están preparados para recibirlas; pues semillas tales como éstas no pueden brotar en otra parte sino en el buen terreno de la libertad y el deseo.
El espíritu prisionero de
su propio placer y la voluntad cautiva de su propio deseo no pueden aceptar las
semillas de un placer más alto y de un deseo sobrenatural. Pues ¿Cómo puedo
recibir las semillas de la libertad si estoy enamorado de la esclavitud y cómo
puedo acariciar el deseo de Dios si estoy lleno de otro deseo opuesto? Dios no
puede plantar en mí Su libertad, porque soy prisionero y ni siquiera deseo ser
libre. Amo mi cautiverio y me encarcelo yo mismo en el deseo de las cosas que
odio, y he endurecido mi corazón contra el verdadero amor.
Si yo buscara a Dios, cada
acontecimiento y cada momento sembrarían, en mi voluntad, granos de Su vida,
que un día trotarían en cosecha de milagro.
Porque es el amor de Dios
el que me calienta bajo el sol y el amor de Dios el que hace caer la fría
lluvia. Es el amor de Dios el que me alimenta en el pan que como, y Dios quien
me alimenta también por el hambre y el ayuno. Es el amor de Dios el que me
manda los días de invierno, en que me siento frío y enfermo, y el ardiente
verano, en que trabajo y mi ropa se empapa en mi sudor; pero es Dios quien
alienta sobre mí en leves auras del río y en las brisas que vienen del bosque.
Su amor extiende la sombra del sicómoro sobre mi cabeza y manda al niño aguador
a recorrer el linde del trigal con su cubo de agua fresca de la fuente,
mientras los labradores descansan y las mulas permanecen bajo el árbol.
Es el amor de Dios el que
me habla en los pájaros y arroyos; pero asimismo tras el clamor de la ciudad me
habla Dios en Sus juicios, y todas estas cosas son semillas que me envía Su
voluntad.
Si echaran raíces en mi
libertad, y si de mi libertad surgiera Su voluntad, yo me convertiría en el
amor que Él es, y mi cosecha sería Su gloria y mi gozo.
Y yo crecería junto con
millares y millones de otras libertades para convertirme en el oro de un enorme
campo en alabanza de Dios, cargado de aumento, cargado de trigo.
Si en todas las cosas
considero sólo el calor y el frío, la comida o el hambre, la enfermedad o el
trabajo, la belleza o el placer, el éxito o el fracaso y el bien o el mal
materiales que mis obras han logrado para mi propia voluntad, sólo hallaré el
vacío, no la felicidad. No seré nutrido, no hallaré plenitud. Pues mi alimento
es la voluntad de Aquel que me hizo y que hizo todas las cosas para darse a Sí
mismo a mí a través de ellas.
Mi principal cuidado no
debería ser encontrar placer o éxito, salud o vida, dinero o descanso, ni aun
cosas como la virtud o la prudencia, ni mucho menos las opuestas: dolor,
fracaso, enfermedad, muerte. Sino que, en todo lo que ocurre, mi único deseo,
mi único gozo debería ser el saber: “He aquí lo que Dios quiso para mí. En esto
se halla Su amor y, al aceptarlo, puedo
devolverle Su amor y con éste entregarme a Él, y crecer en Su voluntad hacia la
contemplación, que es la vida eterna”.
Y recibiendo Su voluntad
con gozo, y cumpliéndola con alegría, tengo su amor en mi corazón, pues mi
voluntad es ahora lo mismo que Su amor y estoy en camino de llegar a ser lo que
es Aquel que es Amor. Y aceptando de Él todas las cosas recibo Su gozo en mi
alma, no porque las cosas son lo que son, sino porque Dios es Quien es, y Su
amor ha querido mi gozo en todas ellas.
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