Van pasando las calendas e, imparable, el trasiego de nuestros vaivenes intenta hacerse hueco de nuevo en medio de nuestras agendas. Ya vimos a nuestros más pequeños volver al colegio, atrás quedan las vacaciones estivales, y ahora toca retomar tantas cosas que estaban en el tintero cotidiano con el que se escriben nuestras cosas a diario. No regresamos a lo habitual como quien se resigna con disgusto a un lunes maldito tercamente laborable. Sabemos que hay un tiempo para todo, y queremos saber vivirlo con esa sabiduría que se deriva de la compañía de Dios: en la salud y en la enfermedad, en las alegrías y en las penas, todos los días de nuestra vida, contamos con la fidelidad del Señor.
En medio
de la circunstancia que nos ha tenido en vilo durante tantos meses, van
normalizándose tantos ámbitos de la vida: los deportivos o taurinos que
recuperan a sus aficionados; los culturales que permiten retomar los nobles
entusiasmos por lo que es bello y nos llena el alma; los sociales en tantos
escenarios, en los que poco a poco recuperamos los tiempos y espacios que
fueron justa o abusivamente confinados. No es menor el ámbito en el que la
comunidad cristiana vive, comparte y celebra sus cosas. Porque la caridad se
hizo remisa a la hora de abrir puertas y brazos para acoger a quien más lo
estaba necesitando: hay que normalizar nuestros espacios para la acogida y la
ayuda que brindamos a los demás. La catequesis también se vio condicionada por
medidas que impedían recibir la formación debida de nuestros niños, jóvenes y
adultos en el habitual formato, sabiendo que eran insuficientes los recursos
telemáticos con los que hemos intentado llegar a los que no llenaban ya
nuestros espacios señalados en parroquias y salones varios. La liturgia y las
celebraciones también se vieron afectadas, y de qué manera, por lo que
imposibilitaba la natural expresión de la fe y la recepción de las ayudas
espirituales que más necesitábamos. También aquí en lo litúrgico y celebrativo,
hemos tenido que inventarnos y aprender modos alternativos para acercar de
algún modo las celebraciones, aunque sabemos que insuficientemente e
inapropiado, con las retransmisiones en redes sociales y canales televisivos
improvisados.
A la postre,
reconocemos que algo se nos ha desnaturalizado y hemos pagado un precio alto
que claramente nos ha desgastado y arrinconado en lo que más vale la pena de
nuestra vida personal, social y eclesial. Bienvenido todo este esfuerzo, no
obstante, realmente generoso en nuestros sacerdotes, religiosas y catequistas,
en nuestros voluntarios de Cáritas y en tanta buena gente que ha intentado
paliar de alguna manera lo que ha sido un desafío imprevisto que nos pilló mal
entrenados cuando el reto de una pandemia puso a prueba tantas cosas personal y
comunitariamente.
Pero es
el momento de ir encauzando la vida toda en los cauces adecuados, para poder ir
retomando las cosas en su sentido genuino y en su natural escenario. Porque si
los estadios y plazas, los auditorios y teatros, los lugares de ocio y
divertimento van entrando en una normalización en cuanto a tus tiempos y
espacios, también la comunidad cristiana debe recuperar con urgencia sus
propios ámbitos donde expresar la fe de liturgia y sacramentos, donde recibir
la formación catequética y en donde ofrecer lo mejor de su ayuda caritativa.
Los medios que hemos empleado en este tiempo de pandemia han sido instrumentos
que han paliado, en parte, las penurias y carencias a las que nos hemos visto
obligados. Pero una vez que, gracias a Dios y a la colaboración de unos y
otros, vamos saliendo de los confinamientos diversos, hemos de recuperar con
normalidad y gratitud lo que un virus extraño nos había secuestrado. No es
buena cosa habituarse a la trinchera cuando la guerra ya ha terminado.
Al
recomenzar así el curso pastoral, con la cautela que dicta la prudencia, hemos
de entrar en la normalidad de nuestros tiempos y espacios. Allí nos espera Dios
para seguir acompañándonos.
+ Fr. Jesús
Sanz Montes, ofm
Arzobispo
de Oviedo
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