lunes, 4 de octubre de 2021

Salir de las trincheras

 

Van pasando las calendas e, imparable, el trasiego de nuestros vaivenes intenta hacerse hueco de nuevo en medio de nuestras agendas. Ya vimos a nuestros más pequeños volver al colegio, atrás quedan las vacaciones estivales, y ahora toca retomar tantas cosas que estaban en el tintero cotidiano con el que se escriben nuestras cosas a diario. No regresamos a lo habitual como quien se resigna con disgusto a un lunes maldito tercamente laborable. Sabemos que hay un tiempo para todo, y queremos saber vivirlo con esa sabiduría que se deriva de la compañía de Dios: en la salud y en la enfermedad, en las alegrías y en las penas, todos los días de nuestra vida, contamos con la fidelidad del Señor.

En medio de la circunstancia que nos ha tenido en vilo durante tantos meses, van normalizándose tantos ámbitos de la vida: los deportivos o taurinos que recuperan a sus aficionados; los culturales que permiten retomar los nobles entusiasmos por lo que es bello y nos llena el alma; los sociales en tantos escenarios, en los que poco a poco recuperamos los tiempos y espacios que fueron justa o abusivamente confinados. No es menor el ámbito en el que la comunidad cristiana vive, comparte y celebra sus cosas. Porque la caridad se hizo remisa a la hora de abrir puertas y brazos para acoger a quien más lo estaba necesitando: hay que normalizar nuestros espacios para la acogida y la ayuda que brindamos a los demás. La catequesis también se vio condicionada por medidas que impedían recibir la formación debida de nuestros niños, jóvenes y adultos en el habitual formato, sabiendo que eran insuficientes los recursos telemáticos con los que hemos intentado llegar a los que no llenaban ya nuestros espacios señalados en parroquias y salones varios. La liturgia y las celebraciones también se vieron afectadas, y de qué manera, por lo que imposibilitaba la natural expresión de la fe y la recepción de las ayudas espirituales que más necesitábamos. También aquí en lo litúrgico y celebrativo, hemos tenido que inventarnos y aprender modos alternativos para acercar de algún modo las celebraciones, aunque sabemos que insuficientemente e inapropiado, con las retransmisiones en redes sociales y canales televisivos improvisados.

A la postre, reconocemos que algo se nos ha desnaturalizado y hemos pagado un precio alto que claramente nos ha desgastado y arrinconado en lo que más vale la pena de nuestra vida personal, social y eclesial. Bienvenido todo este esfuerzo, no obstante, realmente generoso en nuestros sacerdotes, religiosas y catequistas, en nuestros voluntarios de Cáritas y en tanta buena gente que ha intentado paliar de alguna manera lo que ha sido un desafío imprevisto que nos pilló mal entrenados cuando el reto de una pandemia puso a prueba tantas cosas personal y comunitariamente.

Pero es el momento de ir encauzando la vida toda en los cauces adecuados, para poder ir retomando las cosas en su sentido genuino y en su natural escenario. Porque si los estadios y plazas, los auditorios y teatros, los lugares de ocio y divertimento van entrando en una normalización en cuanto a tus tiempos y espacios, también la comunidad cristiana debe recuperar con urgencia sus propios ámbitos donde expresar la fe de liturgia y sacramentos, donde recibir la formación catequética y en donde ofrecer lo mejor de su ayuda caritativa. Los medios que hemos empleado en este tiempo de pandemia han sido instrumentos que han paliado, en parte, las penurias y carencias a las que nos hemos visto obligados. Pero una vez que, gracias a Dios y a la colaboración de unos y otros, vamos saliendo de los confinamientos diversos, hemos de recuperar con normalidad y gratitud lo que un virus extraño nos había secuestrado. No es buena cosa habituarse a la trinchera cuando la guerra ya ha terminado.

Al recomenzar así el curso pastoral, con la cautela que dicta la prudencia, hemos de entrar en la normalidad de nuestros tiempos y espacios. Allí nos espera Dios para seguir acompañándonos.

Fr. Jesús Sanz Montes, ofm

Arzobispo de Oviedo

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