Hoy lunes celebramos la fiesta de Todos los Santos, y mañana martes recordamos a los difuntos y rogamos por ellos.
Estas dos
celebraciones nos pueden ayudar a creer en el destino de las personas que han
constituido nuestra humanidad, y también nuestro destino y el término de la
vida humana. El término no es la muerte, sino la vida. Y a la vida sin
limitaciones y para siempre la denominamos “la vida eterna”, que es la
felicidad en plenitud en Dios, la salvación que ya podemos empezar a
experimentar durante nuestra existencia humana.
Por eso
la Iglesia, en esta fiesta, nos propone la proclamación de las
bienaventuranzas, de la verdadera felicidad según Jesús.
“Felices
los pobres, los humildes, los que lloran, los compasivos, los limpios de
corazón, los perseguidos…”
Aun así,
constatamos a menudo que la experiencia inmediata y la opinión de la mayoría
parecen quedar lejos de las bienaventuranzas. La felicidad, la realización
personal… están condicionadas a poseer bienes, a ser famoso, a tener poder, a
reír y disfrutar… al precio que sea y sin consideraciones, porque si no es así
no se podrá conseguir todo eso. Los débiles, los que juegan limpio, los
compasivos, los perseguidos, los humildes… ¿qué consiguen? Este es el pensar
del mundo.
He oído
esta opinión muchas veces. Recuerdo reuniones con jóvenes para quienes la
primera reacción al sentir las bienaventuranzas era decir: “Esto no es verdad.
Esto es el mundo al revés”. Y había que ayudarles a descubrir que puede parecer
el mundo al revés, pero que en realidad es el mundo desde el punto de vista de
Dios. Es la experiencia de Jesús.
Se nos
invita a contemplar las bienaventuranzas como compromiso de Dios con la
humanidad.
ü Las
bienaventuranzas, en primer lugar, manifiestan la experiencia de Jesús mismo.
Él es el pobre, Él es el compasivo, el limpio de corazón, el que ofrece
consuelo, el humilde, el perseguido… el feliz.
Concretando:
No hace
falta disfrutar de grandes riquezas ni de todos los bienes para ser feliz.
No hay
que dominar ni imponerse por la fuerza para ser feliz.
No hay
que “pasar” de todo el mundo y cerrarse en el caparazón del propio yo para ser
feliz.
No hay
que ser duro o adoptar este papel pensando evitar así todos los posibles sustos
y sufrimientos para ser feliz.
No hay
que ser un experto en todas las “trampas” y ennegrecer el corazón para ser
feliz.
No hay
que triunfar ni salir en las noticias ni en las redes sociales para ser feliz.
Incluso
cuando te miren como si fueras de una especie extraña y de alguna manera te
marginen por ser de Jesús… serás feliz.
Cuando se
explica la historia se comentan las grandes gestas, las acciones relevantes,
los personajes importantes,… y entonces pensamos que son los protagonistas de
la historia. Esto pasa también hoy gracias a los medios de comunicación y en
las redes digitales. Pero las bienaventuranzas nos recuerdan que el mejor
tesoro de la historia humana, su aspecto más positivo, es la multitud de
hombres y mujeres, jóvenes, niños de todas las razas y culturas que, de una
manera u otra, las han vivido. Por eso han sido y son felices, bienaventurados,
que es precisamente la proclama evangélica de Jesús.
Ah, y ser
feliz según Dios… es ser santo. Por eso celebramos Todos los Santos, los del
santoral de la Iglesia y los del santoral de Dios.
¡Todos
los Santos, rogad por nosotros!
+
Francesc Pardo i Artigas
Obispo de
Girona
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