Hasta el más escéptico de los hombres que se empecina en negar la existencia de Dios percibe, a pesar suyo, ráfagas de transcendencia que golpean la fortaleza en la que protege su increencia. Ráfagas como, por ejemplo: ¿realmente solo hay la nada después de la muerte? A esta pregunta le sucede un deseo tantas veces arrinconado: ¿si Dios existe, ¿Cómo encontrarle?
Juan, en el Prólogo de su Evangelio, nos ofrece el pleno sentido de la intuición del salmista: "La Palabra es la Luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo" (Jn 1,9). La Luz verdadera, es decir, la que ilumina nuestras tinieblas, la que abre los ojos de nuestra alma, como diría San Agustín, y nos pone en comunión con "el Dios vivo" (Sl 42,3). Es en definitiva la Luz que guía nuestros pasos hacia la Vida que todos buscamos consciente o inconscientemente.
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