Nos resulta incómodo que Jesús diga hoy a sus discípulos, después de haber
hecho lo que tenían que hacer, que son siervos inútiles. Jesús sabe
muy bien lo que dice, pues desea preservarnos de la vanidad de nuestras obras.
Vanidad propia del fariseísmo; lepra que pudre el alma. Los fariseos de todos
los tiempos, creen que hacen y hacen por Dios; sin embargo, buscan con ello su
propia gloria, no la de Dios. (Mt 4,8).
Jesús nos está avisando de que hay que tener un corazón tan
retorcido como necio, como para hipotecar nuestra vida, con sus obras, por
aspirar a una gloria que cabe en nuestras manos y que el tiempo diluye como un
azucarillo en un vaso de agua (Mt 23,1-7).
Tengamos también en cuenta la de
veces que Jesús bendice las obras de sus verdaderos discípulos, por ejemplo, en
(Lc 12,36-38). Los que crecen día a día como Discípulos de Jesús,
es porque han dejado que Él escribiese en sus corazones su
Evangelio, como profetizó Jeremías (Jr 31,33). Saben entonces que dan el fruto
agradable a Dios, gracias a Él (Os 14,9).
Libres así de toda "instrucción
del demonio" pueden proclamar exultantes como San Pablo: "Soy el
último de los apóstoles, indigno del título de apóstol..., pero por la Gracia
de Dios soy lo que soy y su Gracia no ha sido estéril en mi" (1 Co
15,9-10a).
Por eso proclaman con la esposa del Cantar de
los Cantares: "Para ti son mis frutos, Señor"(Ct 7,14).
P. Antonio Pavía
comunidadmariamadreapostoles.com