¡Ya llega, ya llega la Consagración!…
Me pongo nerviosa y, de rodillas veo cómo la hostia es elevada ante mis ojos y
bajo la mirada de Jesús. ¡Se ha convertido en Carne de su Corazón! Se me saltan
las lágrimas y Le dije:
- Ahora que estás tan
cerca, ¿cómo puedo ayudarte?
Después el Cáliz, con
el vino en lo alto bajo el amor de un Cristo Redentor. ¡Se ha convertido en su
Sangre!, la misma de aquél día derramada desde las 8 de la mañana… Lloré con
gran pena por Él y Le dije:
- ¿Qué puedo hacer por
ti?
No escuché respuesta y
le increpé:
- ¡Ayúdame a ayudarte!,
me siento inútil si no me hablas.
Y al momento entendí
que podía ayudarle escribiendo lo que había sentido. No somos en absoluto
conscientes del dolor que Le provocamos hiriéndonos una y otra vez: Criticando,
juzgando, odiando, quitando la vida, no perdonando, profanando nuestro cuerpo…
¿Tanto nos cuesta entender
el amor? Yo no digo que ames a tu verdugo, pero tampoco le odies, ni le
juzgues, pues en nosotros está no “crearlos” si reconocemos que Dios nos los
envió. ¡Tremendo esto, tremendo!!!
Y lo mejor, ¿nos damos
cuenta de que nos lo traemos vivo a casa dentro de nosotros? Ojalá todo el
mundo lo hiciera y si no pudiera ser, rezar porque haya discípulos por el mundo
propagando que nos lo podemos traer con nosotros para que nos indique el camino
del bien, el de la verdad y el de la vida que nos espera.
Estamos a tiempo de
cambiar, pero espabilemos ¡por el amor de Cristo!, y cada hijo que venga,
cuidémosle con el alma, hay que devolverlo a Dios.
Pensé:
“Yo quiero un poco de su Sangre en un frasquito para venerarla noche y día”. Pero
menos mal que es imposible, gracias a Dios. No soy más que una de sus ovejas
que muchas veces se despista del redil…
Gracias!
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