¡Al despertar, me saciaré de
tu semblante Señor! Nos dice el salmista (Sal 17,15)
Saciarse de Dios, ver el Rostro
de Dios, ha sido, desde siempre el deseo de todo fiel que busca al Señor. Ya
Moisés, en el libro del Éxodo imploraba a Yahvé “ver su Rostro”:
Entonces Moisés dijo a Yahvé: ¡Déjame ver
tu Rostro! Él le contestó: Yo haré pasar ante tu vista toda mi bondad, y
pronunciaré delante de ti el Nombre de Yahvé; pues concedo mi favor a quien
quiero y tengo misericordia con quien quiero.
Pero mi Rostro no podrás verlo porque nadie puede verme y seguir con
vida (Ex 33,18-20)
Desde que Dios se hizo Hombre en
Jesucristo, hemos visto al Señor y hemos contemplado su Gloria (Jn 1,14). Así
nos lo cuenta Juan:
“Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre
nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como
Unigénito, lleno de gracia y de verdad””.
Hay un bellísimo diálogo entre
Jesucristo y el apóstol Felipe, que nos relata Juan en su Evangelio: Dice Felipe:
Señor, muéstranos al Padre, y nos basta.
Le dice Jesús: ¿Tanto tiempo
hace que estoy con vosotros, y no me conoces, Felipe? El que me ha visto a Mí
ha visto al Padre (Jn 14,9)
¿Y nosotros? ¿Cómo vemos nosotros
a Jesús, y dónde? Lo que tanto deseó Moisés, lo que pedía Felipe, lo que
imploramos nosotros… ¿Cómo vemos a Jesús?
Es muy fácil: Cada vez que
abrimos el Evangelio, Dios está con nosotros. Cada vez que vamos a la Escritura
con el hambre de encontrarnos con Él, Él se revela, nos habla, nos acompaña.
Jesucristo hace un camino de Amor personal con cada uno, de forma diferente, a
nuestro lado.
Él pone su Tienda del Encuentro
en nuestro corazón, como lo hizo con Moisés, pero nosotros, ya le podemos ver
“desvelado” en la Escritura, en el Evangelio, Pan Vivo que nos alimenta cada
día. Al igual que el rostro de Moisés lucía resplandeciente cuando bajaba de
hablar con Yahvé, así ha de ser nosotros, cada vez que le buscamos en el
Evangelio.
Al despertar me saciaré de tu
semblante Señor. Despertaré a la aurora (Sal 57,9). A punto está mi corazón, oh
Dios,- voy a cantar y tañer-¡Despierta, gloria mía! ¡Despertad, cítara y arpa! ¡a
la aurora voy a despertar! (Sal 108,2-4)
Son abundantes las citas de los
Salmos que Dios nos regala, como anticipo de ese día, en que realmente DESPERTAREMOS DEL SUEÑO DE LA MUERTE PARA SACIARNOS DE SU SEMBLANTE, DE SU ROSTRO.
Con este pensamiento, la muerte,
último enemigo vencido, podremos llamarla como san Francisco: la Hermana
Muerte. No será sino el inicio de la verdadera Vida con Dios: la Felicidad
completa.
Alabado sea Jesucristo
Tomas Cremades
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