Y volviéndose a los discípulos, les dijo
aparte: Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis; porque os digo
que muchos profetas y reyes desearon ver lo que vosotros veis, y no lo vieron;
y oír lo que oís, y no lo oyeron.
Lc 10, 23-24
Nos hemos cargado de bases de datos que nos proporcionan información sobre
lo que queremos saber.
Nos hemos acostumbrado a resolver de inmediato nuestras dudas acudiendo a
los lugares donde esa información se almacena.
Necesitamos saber rápidamente cómo resolver un problema o conocer de
inmediato el final de la historia.
En definitiva , somos los reyes del devenir, porque tenemos muchos, muchos
datos que nos permiten saber qué va a pasar con todo, o…… con CASI TODO.
Y nos enfadamos cuando vemos cosas que están a merced de la voluntad de
Dios.
Me pregunto dónde habremos dejado aquella paciencia que permitía a los
antiguos agricultores hacer su trabajo y esperar que la tierra y el cielo
decidieran el resultado de su labor.
La de los antiguos pescadores que echaban sus redes y aguardaban a que el
mar y el cielo, les respondieran con una buena pesca.
O, los caminantes, que conocían el
camino que iban a hacer hoy, pero desconocían el de mañana porque no dependía
de ellos.
Y grito a Dios por recuperar esa antigua entrega paciente al infinito.
Y protesto porque tengo miedo a no saber y me siento perdida en el mundo.
Es como si me hubieran quitado el suelo debajo de mis pies y sintiera que
mi cuerpo y mi mente se desplazan en caída libre hacia un lugar que desconozco.
Y descubro que ese lugar es el “nacer de nuevo” del que hablaba Jesucristo
y voy contenta, a pesar de estar asustada.
Porque camino con ÉL.
Tú,
Señor, me sacaste del seno materno,
me confiaste al regazo de mi madre;
a ti fui entregado desde mi nacimiento,
desde el seno de mi madre, tú eres mi Dios.
me confiaste al regazo de mi madre;
a ti fui entregado desde mi nacimiento,
desde el seno de mi madre, tú eres mi Dios.
Salmo 22 (21),
10-11
Olga Alonso
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