Parece que no terminamos de aprender
nunca la lección. Imaginemos, por ejemplo, que uno va a cruzar la calle, espera
a que el semáforo le permita el paso, mira a izquierda y derecha, comprueba que
no viene nadie, y entonces cruza tranquilamente.
De pronto, aparece un vehículo que
sale de un aparcamiento a toda velocidad, se salta el semáforo, te atropella y
se da a la fuga rápidamente, dejándote tirado en el asfalto, con una pierna rota.
Bien. Pues si te enfadas, te
indignas, reniegas de la situación y te enfureces, encima pierdes tú. Tú también
pagarás las consecuencias de tu enfado o tu acceso de ira, además de la pierna
rota. “Todo para el perdedor”.
La clave de este juego es: “El que se
implica siempre pierde”. Y siempre pierde sea aparentemente ganador o perdedor.
Sin embargo, siempre nos parece que
estamos en el mundo para demostrar cuán adecuado es nuestro sentido de la
justicia. Por lo general, solemos tener una idea muy exacta de cómo deberían
ser las cosas y cómo tendrían que comportarse las personas en cada momento.
Tal vez he puesto un ejemplo un poco
extremo, pero no por esto deja de ser cierto.
Pagarás las consecuencias de
cualquier implicación o identificación con un acontecimiento, por muy justa y
legítima que la consideres, pequeña o grande.
La implicación siempre significa
olvido de mí mismo, de mi verdadero ser.
Si piensas que eres un gran Ingeniero
(“Me han dado premios que lo demuestran”),
un gran actor (“Tengo un óscar que lo
demuestra”), un gran músico (“Tengo
un Grammy”), una víctima, (“No hay
derecho a que me hagan esta injusticia”) etc., si realmente piensas eso de
ti mismo, o algo parecido, bueno o malo, estás perdido y no sabes lo que eres.
Entonces necesariamente entrarás en
conflicto antes o después. Un papel tan pequeño no puede satisfacer un ser
eterno como el tuyo. Sería como intentar meter un elefante en un Ferrari, no
hay papel por interesante o relevante que sea que pueda satisfacer el alma
humana.
No estoy diciendo que no haya que
luchar contra las injusticias, no estoy diciendo que dé igual ser bueno o malo
en tu trabajo, no estoy diciendo que “pases de todo”.
Estoy diciendo que uno tiene que
representar su papel en el drama de la creación, dedicándose en cada uno de sus
actos a la perfección, y disfrutar con ello, sobre todo disfrutar con ello. Pero
uno debe recordar que no es ese papel que representa, sino que su verdadero ser
y el de los otros actores está muy por encima de su apariencia.
Es necesario hacer pausas entre actos
en el drama de la vida, no quedarse dormido e implicado en un papel.
El precio de la libertad es la
vigilancia, es necesario mantener la lámpara encendida, siempre para la llegada
del Esposo.
Es la lámpara del recuerdo de uno
mismo, el propio verdadero ser que se manifiesta como un testigo detrás, un
observador final inafectado, que ha estado viendo todos y cada uno de los
acontecimientos vividos desde que naciste, un alma eterna, inmóvil,
imperturbable, llena de bienaventuranza, siempre igual, antigua y de naturaleza
divina.
Ese eres tú.
Ese testigo siempre ha estado allí,
nada le sobra y nada le falta. Su naturaleza es pura consciencia a imagen de
Dios, no es algo que tú hayas creado.
Su origen es el Padre de todo el Universo.
No puede ser herido por nada ni por
nadie, a veces se manifiesta como suave contentamiento, nuestro Padre nos lleva
allí en la Oración, el verdadero refugio junto a Él, aunque te duela la pierna
rota y te toque hacer de paciente, siempre está detrás, bendiciendo a Dios.
El olvido nunca es obligatorio aunque
el papel sea difícil.
No pierde el que pierde, pierde el
que olvida. Y llega a no saber que ha olvidado.
Cuando tu paz se vea amenazada recuerda
que Dios nunca cambió de parecer con respecto a ti, te Ama tanto como puedas
imaginar y te sostiene segundo tras segundo en el hueco de su mano, acepta tu
papel, y niégate a olvidarte de ti mismo.
Y sin duda disfrutarás de cualquier
papel que te toque representar, fácil o difícil y volverás a la Paz que nunca
se fue.
J. J. Prieto Bonilla.
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