En
mi opinión la oración tiene una metodología o camino a recorrer, unas formas e
itinerario que hay que andar para llegar al final, que no es lo mismo que la
finalidad.
Veamos el evangelio
de Mc. 9, 14 y siguientes. Al ver a Jesús,
la gente se sorprendió y corrió a saludarlo. Lo primero que tenemos que
hacer es esperar su llegada; pero no de una forma pasiva, sino esperar en el
lugar adecuado, allí donde sabemos que Él va a hacer acto de presencia. Esperar
no es dejar pasar del tiempo, sino que ese tiempo de espera tiene que ser un
tiempo ocupado en la preparación del encuentro, esperar con esperanza. Cuando
Jesús llega siempre es causa de sorpresa, pero nos sorprende no en el sentido
de pillarnos desprevenidos ni maravillarnos con algo imprevisto o raro, sino en
el sentido de descubrir lo que el otro oculta. En ese encuentro, o sea en la
oración, tenemos que correr a saludarlo y ver qué descubrimos en Él.
Uno de los que le
esperaba, con gran esperanza le dijo: “Maestro,
te he traído a mi hijo; tiene un espíritu…” Esperaba consumar su esperanza,
pero no pidió para él, sino para otro, su hijo. Y no pidió cualquier cosa, nada
más y nada menos que expulsara aquel espíritu que tanto daño le estaba
haciendo. En este tipo de oración debemos ser generosos y pedir para solucionar
los graves problemas de los otros, esto no excluye lo nuestro. No hay nada más
urgente que implorar que la sanación del alma, lo espiritual debe prevalecer
sobre lo material: “de qué le vale al
hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma”. Esto no quita que también
supliquemos por tantos problemas materiales como tienen nuestro prójimo o
nosotros mismos. Pero en este caso había que ayudar a su hijo a desprenderse de
pecados muy graves, tanto le urgía y tan acuciante era que, incluso, mientras
esperaba, pidió ayuda a los discípulos y, dada la gravedad de los mismos, estos
no pudieron quitárselos.
Sus discípulos, a
solas en casa, le preguntaron: “Por qué
no pudimos echarlo nosotros?” A lo que Jesús respondió: “Esta especie solo puede salir con oración”.
De lo que deducimos que la oración nos es necesaria especialmente para arrojar fuera ciertos pecados que los hombres nos
empeñamos en que estén enraizados en nuestras vidas. Los hemos hecho vida de
nuestra vida.
Estos no podremos expulsarlos sin
una constante oración. De ahí la importancia, necesidad y provecho de la
oración. Solo nos veremos libres de ellos corriendo
a saludarlo.
Pedro José Martínez
Caparrós
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