<<La Palabra es
un don. El otro es un don». Es el Mensaje cuaresmal del Papa
Francisco, que ha querido centrar «en la parábola del hombre rico y
el pobre Lázaro (cf. Lc 16,19-31)».
«Dejémonos guiar por este relato tan significativo,
que nos da la clave para entender cómo hemos de comportarnos para alcanzar la
verdadera felicidad y la vida eterna, exhortándonos a una sincera conversión»,
escribe el Obispo de Roma, en su Mensaje, que fue presentado hoy en la Oficina
de Prensa de la Santa Sede.
Tras hacer hincapié en que el camino cuaresmal «es un
nuevo comienzo, un camino que nos lleva a un destino seguro: la Pascua de
Resurrección, la victoria de Cristo sobre la muerte», señala que, en «este
tiempo, recibimos siempre una fuerte llamada a la conversión: el cristiano está
llamado a volver a Dios «de todo corazón» (Jl 2,12), a no contentarse con una
vida mediocre, sino a crecer en la amistad con el Señor».
El Papa reitera que «Jesús es el amigo fiel que nunca
nos abandona, porque incluso cuando pecamos espera pacientemente que volvamos a
él y, con esta espera, manifiesta su voluntad de perdonar (cf. Homilía, 8 enero
2016)».
«La Cuaresma es un tiempo propicio para intensificar
la vida del espíritu a través de los medios santos que la Iglesia nos ofrece:
el ayuno, la oración y la limosna», recuerda asimismo el Santo Padre, añadiendo
luego que, «en la base de todo está la Palabra de Dios, que en este tiempo se
nos invita a escuchar y a meditar con mayor frecuencia».
«El otro es un don», «El pecado nos ciega», «La
Palabra es un don». Son los tres puntos en los que reflexiona el Papa
Francisco.
«Lázaro nos enseña que el otro es un don. La justa
relación con las personas consiste en reconocer con gratitud su valor. Incluso
el pobre en la puerta del rico, no es una carga molesta, sino una llamada a
convertirse y a cambiar de vida. La primera invitación que nos hace esta
parábola es la de abrir la puerta de nuestro corazón al otro, porque cada
persona es un don, sea vecino nuestro o un pobre desconocido. La Cuaresma es un
tiempo propicio para abrir la puerta a cualquier necesitado y reconocer en él o
en ella el rostro de Cristo. Cada uno de nosotros los encontramos en nuestro
camino. Cada vida que encontramos es un don y merece acogida, respeto y amor.
La Palabra de Dios nos ayuda a abrir los ojos para acoger la vida y amarla,
sobre todo cuando es débil. Pero para hacer esto hay que tomar en serio también
lo que el Evangelio nos revela acerca del hombre rico» (n. 1)
Con el apóstol Pablo el Papa reitera que «la codicia
es la raíz de todos los males» (1 Tm 6,10)». Y añade que «ésta es la causa
principal de la corrupción y fuente de envidias, pleitos y recelos. El dinero
puede llegar a dominarnos hasta convertirse en un ídolo tiránico (cf. Exh. ap.
Evangelii gaudium, 55). En lugar de ser un instrumento a nuestro servicio para
hacer el bien y ejercer la solidaridad con los demás, el dinero puede
someternos, a nosotros y a todo el mundo, a una lógica egoísta que no deja
lugar al amor e impide la paz» (n. 2)
«El Evangelio del rico y el pobre Lázaro nos ayuda a
prepararnos bien para la Pascua que se acerca. La liturgia del Miércoles de
Ceniza nos invita a vivir una experiencia semejante a la que el rico ha vivido
de manera muy dramática», asegura una vez más el Santo Padre y subraya que «el
verdadero problema del rico: la raíz de sus males está en no prestar oído a la
Palabra de Dios; esto es lo que le llevó a no amar ya a Dios y por tanto a
despreciar al prójimo. La Palabra de Dios es una fuerza viva, capaz de suscitar
la conversión del corazón de los hombres y orientar nuevamente a Dios. Cerrar
el corazón al don de Dios que habla tiene como efecto cerrar el corazón al don
del hermano». (n. 3)
Antes de concluir su Mensaje el Papa Francisco exhorta
a «todos los fieles a que manifiesten también esta renovación espiritual
participando en las campañas de Cuaresma, que muchas organizaciones de la
Iglesia promueven en distintas partes del mundo, para que aumente la cultura
del encuentro en la única familia humana».
Y a orar «unos por otros para que, participando de la
victoria de Cristo, sepamos abrir nuestras puertas a los débiles y a los
pobres. Entonces viviremos y daremos un testimonio pleno de la alegría de la
Pascua».
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