sábado, 18 de febrero de 2017

VII Domingo del Tiempo Ordinario




El amor filial y fraternal como criterio para interpretar las leyes

            El Evangelio de este domingo complementa el del domingo pasado, en que Jesús se declara cumplidor de la Ley  y reinterpreta algunos preceptos a la luz del criterio del amor.

            Al final de su interpretación Jesús explicita el principio a la luz del que hay que interpretar todas las leyes: sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto.  El término perfecto en la cultura semita significa ser lo que se debe ser, de acuerdo con la propia naturaleza. Por eso como Dios es Padre, siempre actúa como padre; para él todos los hombres son hijos; unos se comportan bien, otros mal, pero a ninguno ve como enemigo. Por eso, a la hora de llover o hacer salir el sol, lo hace sobre todos los hombres, se porten bien o mal con él. Es un modo de ser que ha grabado en el corazón de nuestros padres, para los que sus hijos siempre son sus hijos, aunque se comporten mal.

En otro lugar del Evangelio se usa otra palabra como equivalente a perfecto, misericordioso (Lc 6,36), es decir, la naturaleza íntima de Dios es ser amor misericordioso y siempre actúa como tal. Amor misericordioso es un amor que se caracteriza por sintonizar con la persona y actuar con ella de acuerdo con su necesidad objetiva. Dios Padre nos conoce perfectamente, sintoniza plenamente con nuestra situación, y siempre actúa con nosotros de acuerdo con nuestra necesidad.  

            Pues si Dios es así, sus hijos tienen que obrar en así. En esto se conocerá que son sus hijos y “comparten la misma sangre”. Al servicio del amor (1ª lectura), Jesús reinterpreta todas las normas, pues fueron dadas para esto, invitándonos a evitar todo legalismo. El legalista cumple con la materialidad de la letra de la ley sin tener en cuenta la finalidad para la que se promulgó, que es esencial. De esta forma se pueden “cumplir” todas las letras, pero no se hace la voluntad de Dios. En el fondo el legalismo es culto a sí mismo, no a Dios; el legalista busca “quedarse tranquilo de que ha cumplido”, sin preocuparse de hacer la voluntad de Dios. A primera vista parece más sencillo, pero a la larga convierte la vida religiosa en una carga insoportable, porque se actúa sin amor. De ella nos quiere liberar Jesús, invitándonos a actuar siempre por amor.

            Las normas son necesarias. El problema está en su interpretación. Jesús acepta  la autoridad, tanto civil como religiosa y todas las normas que dimanan de ellas (cf Rom 13,1-11), pero siempre que estén al servicio del hombre  y el hombre al servicio de Dios por Cristo (2ª lectura).

El domingo pasado se nos recordaba la reinterpretación del quinto precepto: respeto total a la vida del hermano, al que se puede matar incluso con una palabra. Respecto a las relaciones entre hombres y mujeres: ambos son hijos de Dios y tienen la misma dignidad. Por eso no se puede adulterar ni siquiera con el deseo, porque de hecho se profana a una hermana, a la que no se la considera tal sino objeto de placer; por eso Jesús se opone al divorcio, porque considera a la hermana una cosa, que se tira cuando ya no sirve o agrada; igualmente  prohíbe todo juramento que sea expresión de desconfianza, porque entre los hermanos tienen que bastar el simple sí y el no.
            En este domingo Jesús ofrece la reinterpretación relativa a ofensas y enemigos. El que es hijo de Dios no se puede vengar, entrando en el círculo de la violencia. Hay que romper este dinamismo perverso con el perdón, lo mismo que el Padre nos perdona a nosotros. Respecto a los enemigos, en el AT no se obligaba a amarlos, el ofendido era libre de hacerlo, pero Jesús declara que es obligatorio amarlos, porque un hijo de Dios no puede odiar a nadie ni siquiera considerarlo enemigo: tendrá hermanos que se comportan bien y otros que se comportan mal, pero nunca enemigos.

            En la Eucaristía damos gracias por Cristo al amor misericordioso del Padre, que nos conoce y ayuda, nos ha hecho miembros de su pueblo y nos dice cómo tenemos que crecer como tales. Participar la Eucaristía es unirse al que vivió toda su existencia al servicio del amor.

Rvdo.  Antonio Rodríguez Carmona



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