El amor filial y
fraternal como criterio para interpretar las leyes
El Evangelio de este domingo
complementa el del domingo pasado, en que Jesús se declara cumplidor de la Ley y
reinterpreta algunos preceptos a la luz del criterio del amor.
Al final de su interpretación Jesús
explicita el principio a la luz del que hay que interpretar todas las leyes: sed perfectos como vuestro Padre celestial
es perfecto. El término perfecto en la cultura semita significa
ser lo que se debe ser, de acuerdo con la propia naturaleza. Por eso como Dios
es Padre, siempre actúa como padre; para él todos los hombres son hijos; unos
se comportan bien, otros mal, pero a ninguno ve como enemigo. Por eso, a la
hora de llover o hacer salir el sol, lo hace sobre todos los hombres, se porten
bien o mal con él. Es un modo de ser que ha grabado en el corazón de nuestros
padres, para los que sus hijos siempre son sus hijos, aunque se comporten mal.
En otro
lugar del Evangelio se usa otra palabra como equivalente a perfecto, misericordioso (Lc 6,36), es decir, la naturaleza íntima de Dios
es ser amor misericordioso y siempre actúa como tal. Amor misericordioso es un
amor que se caracteriza por sintonizar
con la persona y actuar con ella de acuerdo con su necesidad objetiva. Dios
Padre nos conoce perfectamente, sintoniza plenamente con nuestra situación, y
siempre actúa con nosotros de acuerdo con nuestra necesidad.
Pues si Dios es así, sus hijos tienen
que obrar en así. En esto se conocerá que son sus hijos y “comparten la misma
sangre”. Al servicio del amor (1ª lectura), Jesús reinterpreta todas las
normas, pues fueron dadas para esto, invitándonos a evitar todo legalismo. El
legalista cumple con la materialidad de la letra de la ley sin tener en cuenta
la finalidad para la que se promulgó, que es esencial. De esta forma se pueden
“cumplir” todas las letras, pero no se hace la voluntad de Dios. En el fondo el
legalismo es culto a sí mismo, no a Dios; el legalista busca “quedarse
tranquilo de que ha cumplido”, sin preocuparse de hacer la voluntad de Dios. A
primera vista parece más sencillo, pero a la larga convierte la vida religiosa
en una carga insoportable, porque se actúa sin amor. De ella nos quiere liberar
Jesús, invitándonos a actuar siempre por amor.
Las normas son necesarias. El problema está en su interpretación.
Jesús acepta la autoridad, tanto civil
como religiosa y todas las normas que dimanan de ellas (cf Rom 13,1-11), pero
siempre que estén al servicio del hombre
y el hombre al servicio de Dios por Cristo (2ª lectura).
El
domingo pasado se nos recordaba la reinterpretación del quinto precepto:
respeto total a la vida del hermano, al que se puede matar incluso con una
palabra. Respecto a las relaciones entre hombres y mujeres: ambos son hijos de
Dios y tienen la misma dignidad. Por eso no se puede adulterar ni siquiera con
el deseo, porque de hecho se profana a una hermana, a la que no se la considera
tal sino objeto de placer; por eso Jesús se opone al divorcio, porque considera
a la hermana una cosa, que se tira cuando ya no sirve o agrada; igualmente prohíbe todo juramento que sea expresión de
desconfianza, porque entre los hermanos tienen que bastar el simple sí y el no.
En este domingo Jesús ofrece la
reinterpretación relativa a ofensas y enemigos. El que es hijo de Dios no se
puede vengar, entrando en el círculo de la violencia. Hay que romper este
dinamismo perverso con el perdón, lo mismo que el Padre nos perdona a nosotros.
Respecto a los enemigos, en el AT no se obligaba a amarlos, el ofendido era
libre de hacerlo, pero Jesús declara que es obligatorio amarlos, porque un hijo
de Dios no puede odiar a nadie ni siquiera considerarlo enemigo: tendrá
hermanos que se comportan bien y otros que se comportan mal, pero nunca
enemigos.
En la Eucaristía damos gracias por
Cristo al amor misericordioso del Padre, que nos conoce y ayuda, nos ha hecho
miembros de su pueblo y nos dice cómo tenemos que crecer como tales. Participar
la Eucaristía es unirse al que vivió toda su existencia al servicio del amor.
Rvdo. Antonio Rodríguez Carmona
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