sábado, 4 de febrero de 2017

V Domingo del Tiempo Ordinario.

V  


 

V  El testimonio cristiano

El que ha recibido el don del discipulado, debe necesariamente ser testigo del amor de Dios (Evangelio). Los ejemplos empleados por Jesús muestran el carácter de esta necesidad. La luz, si es luz, alumbra; si no lo hace, es que no es luz; la sal, cuando es sal, sazona; si no lo hace, ha dejado de ser sal; igualmente una ciudad en el monte, está en un lugar alto, que le permite ser vista por los que están abajo; si no lo hace, es que no está en una altura.
Leída esta enseñanza inmediatamente después de las Bienaventuranzas, presentan el testimonio cristiano como una consecuencia natural de la vida del que ha recibido el perdón de Dios y coopera con él, con alegría, de cara a un futuro de plenitud y gozo.
Este mismo contexto explica el tipo de testimonio que naturalmente debe dar el cristiano que vive como tal: no es el testimonio puritano del que se empeña con un  voluntarismo inútil en ser ejemplar, ocultando sus debilidades. Es el testimonio del que se siente amado por Dios, y por ello perdonado constantemente y sostenido en la perseverancia de la vida cristiana. Todo es fruto de la gracia de Dios, no del simple esfuerzo humano. San Pablo lo recuerda (2ª lectura) cuando habla de la debilidad que experimentó en su llegada a Corinto y cuando resume su apostolado: Doy gracias al que me dio fuerzas, a Cristo Jesús, porque me consideró digno de su confianza, poniéndome en el ministerio, a mí, que primero fui blasfemo y perseguidor insolente; pero hallé misericordia… Cristo vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales el primero fui yo. Mas por esto alcancé misericordia, para que en mí primero mostrase Cristo Jesús toda su longanimidad, para ejemplo viviente de los que habían de creer en él para la vida eterna. Al Rey de los siglos, inmortal, invisible, único Dios, honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén (1 Tm 1,12-17).
Dentro del plan de salvación, este tipo de vida tiene una finalidad misionera, querida por Dios y consiguientemente obligatoria: Que brille así vuestra luz delante de los hombres.  Si no es cristiano obrar de cara a la alabanza de los hombres (Mt 6,1), tampoco lo es ocultar la vida cristiana llevada a cabo como respuesta amorosa y gozosa a Dios. La finalidad misionera: que los hombres den gloria a vuestro Padre que está en los cielos: si esta persona, que es como yo, puede vivir así, porque ha aceptado a Dios como padre, esto significa que yo también lo puedo hacer. Y todo redundará en mayor gloria del Dios Padre, cuya gloria está en la salvación de todos sus hijos. Realmente la fuerza del ejemplo es impresionante.  El testimonio existencial  Jesús enseñó más con su vida que con su predicación. Igualmente la vida de los santos con sus altibajos. Por eso la Iglesia propone estas vidas como exégesis viviente de la palabra de Dios (Exhortación apostólica postsinodal Verbum Domini), como expresión del sensus fidei cristiano.    
La vida cristiana ha de ser luz viviendo de acuerdo con las bienaventuranzas, lo que se traduce en obrar la misericordia y ser constructores de paz, y con esto ofreciendo consuelo a los que sufren  y luz a los que andan en tinieblas con una vida sin sentido  (1ª lectura y salmo responsorial).
La Eucaristía es celebración y presencia sacramental del que es luz del mundo y nos ha dado la luz de la vida (Jn 8,12) con su palabra, vida y sacrificio existencial. En ella experimentamos de nuevo el perdón, nos unimos a su sacrificio, que nos capacita para vivir una existencia con sentido como la suya y nos alimenta para realizar la tarea de ser  luz y sal para los hermanos.   

D. Antonio Rodríguez Carmona



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