Jesús cumplimiento
de las promesas y auténtico intérprete
de la voluntad de
Dios.
El Evangelio continúa la presentación
del Evangelio del Reino, resumida en el Sermón de la Montaña. En los domingos
anteriores se ha presentado la parte fundamental, representada por las
bienaventuranzas. Ahora continúa explicitando lo anterior, pero de forma
polémica, frente a legalismo y fariseísmo, dos deformaciones de la vida
religiosa.
Dios dio a su pueblo la Ley o Torá,
explicada y urgida después por los profetas. Ley o Torá se refiere a los dones
que Dios ha dado a Israel, básicamente la liberación del éxodo y la primera
alianza en el Sinaí, por la que lo constituye su pueblo, y una serie de promesas encaminadas a la
plenitud de salvación en el futuro. Y junto con estos dones, le dio también el
don de normas que les indican cómo tienen que corresponder a ellos. Así el
concepto de Ley en la Biblia es más amplio que en nuestras lenguas, que solo
alude a normas.
En este contexto Jesús denuncia dos
deformaciones corrientes de la vida religiosa, coincidentes en ponerla al
servicio de los propios intereses y no al de Dios: la que se suele dar entre
escribas o expertos en la Ley, en los que es frecuente el legalismo, y en los fariseos, grupo de personas que quieren vivir
una religiosidad minuciosa y que frecuentemente actúan hipócritamente, de cara
a quedar tranquilos y a la aprobación de sus correligionarios, y no de cara a
Dios: si vuestra justicia o forma de
cooperar con la voluntad de Dios no
supera la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos (5,20).
Jesús declara que no ha venido a destruir la Ley y los profetas, sino a darle
cumplimiento. Cumplir es llenar de contenido. Jesús llena de
contenido la Ley sinaítica desde dos puntos de vista, primero, en cuanto que
cumple las promesas y lleva a plenitud con su muerte y resurrección la primera
alianza, y, segundo, en cuanto ofrece la verdadera interpretación de las normas
ya dadas, una de las facetas que se esperaba que realizaría el Mesías
(Samaritana: “El Mesías vendrá y lo explicará todo”: Jn 4,25). En su
interpretación Jesús enseña cómo hay que cumplir todas las normas como medio
que ayude a crecer en el amor a Dios y al prójimo, que es la finalidad de la alianza.
Por ello no sólo reinterpreta deformaciones legalistas del mundo de los escribas, como las
referentes a la observancia del sábado, sino que llega incluso a anular algunas
normas del Antiguo Testamento, como la del libelo de repudio, porque no corresponden
al designio primitivo de Dios, sino que la permitió Moisés por la “dureza de
vuestro corazón” (Mt 19,8). Jesús no es legalista ni enemigo de leyes. Acepta
normas, pero siempre al servicio de la vida. Realmente no hay vida sin normas.
Incluso los que critican su existencia, están sometidos a las normas, a veces
no escritas pero reales, que dicta el grupo de lo “políticamente correcto”, sea
de carácter progresista como conservador.
Dios ha creado al hombre libre (1ª
lectura) para que pueda elegir el camino de cooperación con el don de Dios, que
se reduce a amar a Dios y al prójimo, y el amor exige libertad.
Al discípulo de Jesús toca recibir el
don de Dios y cumplir o llenar de
contenido sus exigencias con una vida coherente, iluminada con la interpretación
de Jesús, “sabiduría de Dios” (2ª
lectura) que profundiza la sabiduría humana, inspirada en la ley natural y
corrige sus desviaciones, inspiradas en el egoísmo, que no conducen a la vida.
En la Eucaristía damos gracias al Padre
por Jesús, porque nos ha hecho miembros de la nueva alianza; en ella nos unimos
al sacrificio de Jesús con una vida conforme a la interpretación dada por él.
D. Antonio Rodríguez Carmona
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