Jesús llega a la región de los gerasenos, le sale al encuentro un hombre
poseído y le rogaba que no le expulsara de aquella región.
Por regla general los hombres somos
seres que nos gusta la tranquilidad, nos
acostumbramos a las rutinas y no nos gusta que nadie perturbe nuestros hábitos.
Así que cuando la Iglesia y la realidad de nuestros hermanos nos suplican que
salgamos de nosotros mismos y nos molestemos por el bien de nuestro prójimo no
nos gusta. Con frecuencia miramos para otra parte o nos excusamos, no queremos
que nos expulsen de nuestro cada día. Y si llega el caso llegamos a preferir
degradarnos y vivir en aquellos cerdos que se precipitaron al mar.
Las gentes, informadas por los testigos,
se asustaron y rogaron a Jesús que se
marchara. Cuando somos tocados en nuestros intereses nos asustamos y
echamos de nuestras vidas al mismísimo Dios. Y Él se embarca y se marcha, no
quiere molestar; solo enseña su doctrina, pero no obliga a nadie a aceptarla,
¡qué respetuoso es con la libertad que nos ha proporcionado!
En cambio, el que había estado poseído por el demonio le pidió que le permitiese
estar con él. Cuando nos percatamos de la diferencia de una u otra forma de
vivir sí que preferimos el cambio. Comparamos y deseamos la otra vida. Pero
solo por comparación. Si pudiéramos seguir con nuestra comodidad, sin renunciar
a nuestros intereses, no estoy tan seguro que cambiaríamos.
Como cosa curiosa, no le permitió que lo
acompañara, sino que le dijo: «Vete a casa con los tuyos y anúnciales lo que el
Señor ha hecho contigo y que ha tenido misericordia de ti». Parece como si le dijera que se
quedara con su familia, amigos y vecinos para que lo disfrutaran ya liberado de
los graves problemas de los que había sido salvado. Que con su presencia diera
testimonio del antes y después. Que en su persona vieran los de su entorno lo
que es la misericordia divina. En su generosidad no quiere separarnos de
nuestra vida, solo que le dediquemos, en las personas de nuestro alrededor, un
poco de nuestro tiempo y nos desprendamos de parte de lo que tenemos en favor
de los demás. Parece decirle que dé testimonio entre los suyos, que haga con
los otros lo que han hecho con él, que remedie los sufrimientos de los demás. Y
que solo a los que Él quiere les pide el sobreesfuerzo de dejarlo todo.
Pedro
José Martínez Caparrós
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