el discípulo
ante los bienes
El
hombre es un ser limitado que para su desarrollo necesita de bienes materiales,
necesarios para el alimento, el vestido y para hacer frente a las demás
necesidades. Para eso Dios ha creado los bienes materiales, los ha puesto a su disposición y le ha dado
el encargo de administrarlos debidamente. En ese gran relato simbólico que es
el relato de la creación (Gén 1), se presenta a Dios como hábil creador del
hombre, que primero prepara el mundo como lugar de residencia adecuado, después
los bienes que necesitará para su desarrollo y finalmente crea al hombre, varón
y mujer como dueño y señor de todo: creced
y multiplicaos y dominad la creación... (Gen 1,28). En el plan de Dios el
hombre es señor y no esclavo de los bienes, que están al servicio de toda la
humanidad.
Las
consecuencias son varias. Primero, el hombre está legitimado para servirse de
la creación para su desarrollo, pero no lo está para destruirla. El uso está
condicionado por su conservación, de forma que pueda continuar prestando este
servicio a las futuras generaciones. La preocupación ecológica pertenece a la
fe cristiana.
Segundo,
el hombre está legitimado para servirse de la creación, pero sin exclusivismos
que pretendan acaparar bienes, privando a otros de lo necesario. La creación
tiene un destinatario social, toda la humanidad.
Y
tercero, la creación siempre es un medio al servicio del desarrollo humano, no
un dios absoluto que esclaviza al hombre o actúa contra el bien común de la
humanidad.
Jesús
en el Evangelio de hoy ratifica y profundiza estas enseñanzas del antiguo
Testamento. El hombre no puede servir a
dos señores, a Dios y al dinero, porque ambos reclaman un servicio absoluto.
Dios Padre pide un amor total: amarás al
Señor, tu Dios, con todo el corazón... Si se le da al dinero sólo el 0,1%
ya no es todo lo que se le da a Dios.
Esto significa que el discípulo tiene que luchar contra la tentación de
convertir los bienes en fines, viviendo para ellos, para tener y acumular,
consiguiendo bienes como sea, incluso por medios ilegítimos, creyendo que así
se asegura el futuro.
Por
eso os digo: esta conexión es importante. Como consecuencia de que
tenemos que vivir solo para Dios y no para el dinero, hay que vivir bajo la
providencia del amor del Padre, que nos ama y conoce nuestras necesidades.
Esta
fe tiene que ser la señal de que creemos en la paternidad de Dios, que nos ama
y cuida (cf 1º lectura) y de que no somos gente
de poca fe, en cuanto que, por una parte, creemos que Dios es Padre, pero,
por otra, no nos fiamos de él. Lo propio del cristiano no es creer en Dios.
También creen en Dios los paganos. Lo propio nuestro es que creemos que Dios es Padre. Por eso el discípulo debe tener como única inquietud
colaborar con el reino de Dios, lo demás se le dará por añadidura.
Para aprender a vivir bajo la providencia
de Dios, hay que imitar a Jesús, que la vivió de forma total. Buscó como
absoluto realizar su tarea de cara al reino de Dios, sabiendo que lo demás
vendría por añadidura. Esto no le excusó de buscar cada día los medios para
vivir ni le libró de limitaciones físicas ni de períodos de escasez o de
persecuciones ni de la muerte en cruz. Pero el Padre siempre tuvo la última
palabra y le salió al encuentro por medio de personas que le ayudaban en sus
necesidades y finalmente, cuando lo crucificaron, lo resucitó y lo constituyó
señor de todas las cosas. Jesús fue buen administrador de los misterios de Dios
(2ª lectura).
Éste
es el Jesús, cuya inquietud por hacer la voluntad del Padre, celebramos en la
Eucaristía y al que nos unimos aceptando seguir su camino. Participar la
Eucaristía exige renovar la confianza en el Padre que tuvo Jesús, por un lado,
y hacer un uso social de los bienes, pues es celebración de la fraternidad
cristiana.
D. Antonio
Rodríguez Carmona
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