Celebramos, como todos los años, el Día del Seminario, “corazón de
la diócesis”, como le llamó el Concilio Vaticano II. El Seminario es
la institución que la Iglesia utiliza para que siga habiendo sacerdotes.
Una institución eclesial verdaderamente entrañable en la que nos
sentimos implicados toda la Iglesia diocesana y que debiera constituir
una solicitud y una preocupación común de todos: sacerdotes, religiosos,
religiosas y fieles cristianos laicos. El porvenir religioso de una
diócesis depende en gran parte del Seminario diocesano, sencillamente
porque la vitalidad espiritual de ella depende de que tenga sacerdotes.
Nadie de la Iglesia debería sentirse ajeno al Seminario, que tiene
la delicadísima responsabilidad de acoger, seleccionar, formar,
fructificar las vocaciones sacerdotales, problema capital de la
Iglesia de nuestro tiempo. En el Seminario tenemos puestas nuestras
esperanzas porque en él se forman los que han sido llamados por Dios al
sacerdocio, para que puedan llegar a ser, por el Sacramento del Orden,
imagen viva, presencia sacramental, de Jesucristo, Sacerdote, Buen
Pastor que ha venido al mundo para dar su vida por todos los hombres,
para que todos tengan vida.
¿Qué sería del mundo sin Jesucristo? ¿Qué sería del mundo sin sacerdotes,
elegidos, llamados y consagrados para llevar a Cristo a los hombres,
para que los hombres crean y vivan por Él? Si desapareciera el sacerdocio,
todavía podría seguir existiendo la fe, pero lentamente se extinguiría
en una agonía implacable la riqueza espiritual antes existente en
una comunidad determinada. Los sacerdotes, por ello, son esperanza
fundamental para la Iglesia y el mundo de mañana.
Con esta Jornada se intenta sensibilizarnos a todos sobre la
realidad, necesidad y sentido de las vocaciones sacerdotales y del
Seminario. Es una tarea muy crucial y una prioridad muy importante y
principalísima para la vida y futuro de la Iglesia. La Iglesia del mañana
pasa a través de los seminarios de hoy. Con el pasar del tiempo, la responsabilidad
pastoral ya no será nuestra, pero ahora sí es nuestra y nos obliga. Cumplirla
con celo es un gran acto de amor hacia la grey. Atender con verdadera atención
y total solicitud al Seminario y a todo lo relacionado con él, cuidar
de que haya vocaciones y cultivarlas es el mejor servicio a la Iglesia de mañana.
Por ello, con esta jornada o “Día del Seminario” se pretende que
toda la comunidad diocesana, y la sociedad en general, se acerque
afectiva y efectivamente al Seminario Diocesano. Que se promuevan
nuevas vocaciones sacerdotales entre los miembros más jóvenes de
nuestra Iglesia y que toda la Diócesis sienta su propia responsabilidad
sobre las vocaciones sacerdotales.
El problema de las vocaciones sacerdotales es problema fundamental
de la Iglesia; es condición esencial para la vida de la Iglesia, de su misión
y de su desarrollo; es una comprobación de su vitalidad espiritual y
es la condición misma de esta vitalidad, signo inequívoco de su salud
interior en un país.
Para hacerles acoger con entusiasmo a los jóvenes el don y la gracia
de la llamada que Dios les dirige a ser sacerdotes es necesario que
este ideal se les presente en su auténtica realidad y con todas sus severas
exigencias como donación total de sí al amor de Cristo (cf. Mt 12, 29) y
como consagración irrevocable al servicio exclusivo del Evangelio.
Y para conseguir esto, el testimonio de un sacerdocio ejemplar vivido,
o el valor de una vida religiosa que se muestra en concreto en las distintas
instituciones reconocidas por la Iglesia, tiene un peso considerable,
más aún, preponderante. Una comunidad que no vive generosamente según
el Evangelio no puede ser sino una comunidad pobre en vocaciones.
Nuestra Diócesis, gracias a Dios, ha sido y está siendo bendecida
por bastantes vocaciones en un tiempo aparentemente de “sequía” vocacional.
Señal de que Dios, al mismo tiempo, la está también enriqueciendo en
vida teologal y cristiana, con sacerdotes ejemplares y con comunidades
cristianas vivas, donde “se tiene despierta la fe y se mantiene el
amor de Dios”, donde se hace posible el encuentro con el Señor, se enseña
a orar y a mantener el “trato de amistad con Él”, el Tú a tú que les lleve
a los jóvenes a decir: “Señor, ¿qué quieres que haga?”.
Es esta una responsabilidad grande que tiene nuestra Diócesis si
con tanta generosidad ha sido bendecida por Dios, con no menor responsabilidad
estamos llamados todos a continuar fortaleciendo esa vitalidad
cristiana de nuestras comunidades y a proseguir mejorando sin cesar
la calidad de nuestro Seminario diocesano. No podemos enterrar el
“denario” que el Señor nos ha entregado; es necesario que lo hagamos
fructificar, que lo acrecentemos con nuevas y abundantes vocaciones
al servicio de la Iglesia diocesana, o de otras iglesias, sencillamente,
al servicio de la Iglesia una, única y universal. Si recibimos es para
dar. Cuanto más demos más estaremos fortalecidos. Nuestra diócesis,
como todo en la Iglesia, es ser misionera, compartidora de los bienes
que recibe. No podemos quedarnos autocomplacidos porque tengamos
muchos y ejemplares sacerdotes, abundantes vocaciones,
un gran Seminario.
Por otra parte, pensando en nuestra Diócesis, es preciso que, sin
ser pesimistas, tengamos muy en cuenta los tiempos que se nos avecinan:
la secularización y la descristianización ya nos tocan, y con fuerza;
vamos a experimentar, sin duda, cambios importantes en la población.
Todo ello reclama que estemos preparados para los grandes e importantes
retos que se nos avecinan, que vamos a tener delante de nosotros en un
futuro tal vez no lejano. ¿Qué haremos entonces si no hemos preparado
ese momento con nuevas vocaciones sacerdotales capaces de responder
a la urgencia evangelizadora?
No olvidemos algo elemental, pero, por ello mismo, básico e imprescindible.
La vocación es don de Dios, iniciativa de Dios, gracia suya. Es necesario
pedirla. Es preciso que intensifiquemos la oración por las vocaciones:
que hagamos preces en todas las Eucaristías que se celebren en nuestra
Diócesis; que ofrezcamos frecuentemente la Santa Misa por las vocaciones;
que propiciemos encuentros, vigilias de oración, momentos de adoración
del Santísimo Sacramento para suplicar por las vocaciones.
+ Antonio Cañizares
Llovera
Arzobispo de Valencia
Arzobispo de Valencia
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