Éste color me aterra pero bendigo. Es
el color del sufrimiento, de la tortura en el rostro de Cristo y el color de su
túnica por la Vía Dolorosa, pero aún así, bendigo ése color de nuestra
salvación.
Señor, no puedo imaginarte cayendo
destrozado una y tres veces, con tu espalda descarnada y oculta tras la túnica
púrpura. Tu mirada triste, una sed espantosa y un corazón al borde del colapso.
Pero más y peor sufrimiento Te esperarían…
Recuerdo cuando fui por donde Tú pisaste;
una cuesta de cientos de metros agónicos y ansiedad insoportables. Es difícil de explicar si no
se ha revivido in situ la escena. La angustia te quebranta y la pena te inunda.
No hiciste más que el bien salvando a muchos
de una “muerte” segura; dando alegría a familias y VIDA eterna a todo aquél que
quiso ESCUCHAR LAS PALABRAS DE TU PADRE.
Y todo cuanto hiciste, terminaría con tres
clavos que atravesaron Tu Cuerpo casi sin vida… No puedo por menos ver tantos
pecados convertidos en dolor. Cada célula de tu Sangre, una ofensa, una piedra
contra el Paraíso que nos ofreciste a cambio del infierno.
Me alegro en el alma de ser Católica,
de seguir Tu camino y aunque soy una completa miserable, te prometo, Contigo,
mejorar mi alma. Tu valor y fuerza demostrados en el Calvario, me fortalecen el
corazón.
Después de todo, el color del
sufrimiento, el temido color púrpura, dio lugar a la resplandeciente luz de la
Vida.
Gracias infinitas, Dios.
Emma Diez Lobo
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