Conocer el don de
Dios: el Espíritu santo
El compromiso
cuaresmal implica, entre sus objetivos más importantes, conocer mejor el don de
Dios y examinar la acogida que le estamos haciendo. Es un conocimiento que debe
llenarnos de una alegría dinámica, que inspire y mueva toda la vida cristiana,
como enseñó Jesús en la parábola del tesoro escondido (Mt 13,44). En la fiesta
de Pascua agradeceremos este don de Dios, pero es necesario que previamente
profundicemos en su conocimiento.
A esto nos invita la
liturgia de hoy: «Si conocieras el don de
Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua
viva... el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de
agua que salta hasta la vida eterna.» En otro lugar nos aclara cuál es este don que mana hasta la
vida eterna, el Espíritu Santo, fruto de su resurrección: « El
último día de la fiesta, el más solemne, Jesús puesto en pie, gritó: “Si alguno
tiene sed, venga a mí, y beba el que crea en mí”, como dice la Escritura: De su
seno correrán ríos de agua viva. Esto lo decía refiriéndose al Espíritu que
iban a recibir los que creyeran en él. Porque aún no había Espíritu, pues
todavía Jesús no había sido glorificado. » (Jn 7,37-39).
La
segunda lectura abunda en esta idea: El amor de Dios ha sido derramado en
nosotros con el Espíritu Santo que se nos ha dado, es decir, gracias a la muerte de
Cristo, en el bautismo hemos recibido el Espíritu que ha transformado nuestro
corazón haciéndolo partícipe del amor de Dios. Participamos el ADN divino. Somos hijos de
Dios. El Espíritu Santo nos da nueva vida y nos capacita para vivir de acuerdo
con ella. No nos saca de este mundo, pues la nueva vida hay que vivirla entre
los hombres, humanizando la historia humana. En esta tarea el Espíritu es
manantial permanente que ilumina y fortalece para las tareas que hay que
desarrollar en las diversas facetas de la vida. Esto da sentido a nuestra vida,
sabiendo de dónde venimos y a dónde vamos, incluso en las dificultades propias
de toda existencia humana, porque Dios hace cooperar todas las cosas para el
bien de los que le aman (Rom 8,28). Esta es el agua que verdaderamente sacia la
sed existencial que tiene el ser humano, sediento de felicidad y murmurando
frecuentemente por ella (primera lectura).
De esta forma la vida
cristiana tiene carácter cultual, propia de verdaderos
adoradores que adoran a Dios en Espíritu y verdad. Realmente lo que Dios
espera de cada uno es nuestro amor, y esto lo podemos realizar porque el Espíritu nos capacita para vivir una existencia
dedicada a la verdad, es decir, a hacer la voluntad de Dios,
trabajando por el bien de los hermanos.
La Eucaristía es el
acto principal del pueblo cristiano, pueblo sacerdotal, en el que realiza su
culto en Espíritu y verdad. En ella
hay dos peticiones importantes al Espíritu Santo (epíklesis), en la primera le
pedimos que haga presente la ofrenda existencial de Jesús, transformando el pan
y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Jesús, en la segunda le pedimos que una a
ella a todos los presentes que quieran participar.
D. Antonio Rodríguez Carmona
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