Hay un momento en la vida de Jesús en el
que se despoja de su humanidad y, para alimentar nuestra fe y esperanza, nos da
una pequeña visión de su divinidad y de lo que será después de esta vida. Seis
días antes había desorientado a los suyos anunciándoles su pasión; los dejó
decaídos y confusos. Seis días después quiere inyectarles algo de moral y se
transfigura, les hace ver un pequeño adelanto de lo que nosotros llamamos cielo
‒resurrección‒: su rostro resplandecía como el sol. Anuncia por anticipado la
muerte de nuestro hombre viejo, contrario a la Ley ‒Moisés‒ y
a los profetas ‒Elías‒ y nos visiona, por así decirlo, un adelanto de lo que
será esa borrosa segunda vida. Para terminar de embelesarnos más ‒representados
en Pedro, Juan y Santiago‒ la confusa imagen una voz ‒la del Padre‒ desde
la nube decía “Este es mi Hijo amado”. La escena es un claro símbolo de lo
que será nuestra resurrección.
Tal
fue la visión que el impetuoso Pedro, saliendo del aturdimiento y casi sin
saber lo que decía, le propone a Jesús: “Señor,
¡qué bueno es que estemos aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti,
otra para Moisés y otra para Elías”.
Lo
curioso, y que debe ser guía y ejemplo para el cristiano, es que Pedro se
olvida de él mismo. Da igual que sea consciente o no de sus palabras, lo importante es que nos anuncia y transmite
el mensaje evangélico. Es necesario que nos olvidemos de nosotros mismos,
nuestro puesto siempre tiene que estar en un tercer lugar: primero Dios,
después los otros y por último nosotros. Es el meollo de nuestra doctrina,
Evangelio. Así nos lo recalcó en infinidad de ocasiones mientras anduvo como
uno más de nosotros en esta tierra.
Mas
aquello solo era un anticipo de lo que nos ocurrirá en la vida futura, aún no
había llegado la hora y por eso Jesús los despierta del sueño: “tocándolos les dijo: «Levantaos, no
temáis»”. Ese toque de Él es lo que nos hace salir del sueño y letargo
diarios y nos levanta el ánimo para seguir adelante sin miedo. Solos andamos
asustados, pero con su divino toque seremos capaces de mantenernos en esa línea
que nos marcó. ¡Ah!, y cada cosa en su momento. Prudencia, no adelantemos acontecimientos:
“No comentéis a nadie la visión hasta que
el Hijo del hombre resucite de entre los muertos”. Algo así como si nos
dijera, fuera ensueños, aún no habéis conseguido nada, tenéis que ganároslo,
habéis de trabajar más que hablar, más buenas obras y menos palabras.
Pedo José Martínez Caparrós
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