Existe un misterioso vínculo entre el gozo y el dolor, aunque desde
el punto de vista humano parezcan dos conceptos antagónicos. Sin embargo,
desde la fe en un Dios, que muestra su amor a la humanidad, permitiendo
que el propio Hijo se encarnarse y muriese en la cruz (cf. Jn 3,16), esa
aparente incompatibilidad ha cambiado: “vuestra tristeza se convertirá
en gozo” (Jn 16,20). Porque en el Misterio Pascual de Cristo, se revela
cómo el amor divino es la única fuerza que nos hace pasar de la tristeza
de la pasión a la alegría de la resurrección. Por eso dirá san Agustín:
“quién ama no sufre de ningún modo el sufrimiento, o si sufre se llega a
amar al mismo sufrimiento”. No estamos ante ningún masoquismo, sino
frente a un cambio de sentido total: el amor a Dios es la clave para superar
y vencer el enigma del dolor y vivir la alegría del alma.
Los cristianos pasamos por los trances más amargos de la vida, como
cualquier persona. La fe no los impide, ni los anula, sino que por el ímpetu
que produce el amor a Cristo, se puede llegar a transformar en gozo, los
mayores sufrimientos personales o colectivos. Esto es lo que vemos
en los testimonios de los mártires de los todos los siglos, en el ejemplo
de tantos cristianos probados con largas enfermedades, los que sufren
la extrema pobreza y los que viven en desolación espiritual o corporal.
Ellos, no han perdido la sonrisa de sus rostros y la seguridad en
la justicia divina.
¿Cómo se llega a ello? Madurando en la fe cada día. Así, aquellos
que están comenzando llevarán el dolor con paciente sumisión; para
los que van progresando en la confianza en el Señor, cargarán con las
contrariedades cotidianas de buena gana; pero aquellos que están consumidos
en el amor a Dios, abrazarán con ardor lo que les venga, porque han aprendido
que todo sucede para el bien de los elegidos de Dios (cf. Rm 8,28).
Si no, qué otro sentido pueden tener sus propias palabras: “Bienaventurados
seréis cuando os insulten y persigan….alegraos y regocijaos, porque
grande será en los cielos vuestra recompensa” (Mt 5,11-12).
+ Juan del Río
Arzobispo Castrense
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