Con exquisita belleza literaria pero, al mismo
tiempo, gran contundencia define Jesús la actitud del cristiano ante el dinero:
es incompatible tener dos dueños. Dios no admite rival. El dinero, sutilmente,
intenta suplantarle y apoderarse del corazón del hombre.
Ante esta disyuntiva Jesús propone abandonarse a la
Providencia amorosa del Padre. Para ello se sirve de dos imágenes bellísimas
entresacadas de la naturaleza: Si Dios cuida de los pájaros y de los lirios del
campo, y les proporciona su subsistencia espontánea, cuánto más cuidará de
nosotros. Y de ahí que Jesús invite a sus oyentes:
·
A no agobiarse ni por el alimento ni por el vestido.
Este aviso se dirige principalmente al rico a quien le sobra y vive esclavo de
lo que tiene; pero también al que tiene menos y vive obsesionado por tener.
Nuestro Padre del cielo ya sabe lo que cada uno necesita.
·
A buscar el Reino de Dios y su justicia. Lo demás, es
añadidura. Esto responde a la actitud básica de todo creyente: Dios ha de ser
lo primero. Las demás cosas ocuparán su lugar apropiado.
Jesús no excluye que busquemos lo que necesitamos para
vivir. Él sabe lo que cuesta ganarse la vida trabajando honradamente. Lo que
reclama es que seamos providentes, esto es, que confiemos plenamente en Él, sin
obsesionarnos ni angustiarnos por las cosas materiales.
La semana pasada os hablaba del perdón y del amor al
enemigo. En ésta quisiera que descubrieseis la nueva actitud del discípulo ante
la subsistencia cotidiana. El dinero se ha constituido en SUCEDÁNEO. Hoy más
que nunca, se le rinde culto. Es el dios que más adoradores tiene. Todo se
sacrifica ante su altar: el trabajo y la salud, los principios éticos y la
familia, la amistad y la felicidad. En el fondo nos auto engañamos. Supeditamos
nuestra identidad como personas al tener y gastar. Cuando dejamos de ver el
dinero como mediación para obtener comida, vestido, vivienda, estudios,
educación, ocio, cultura… y lo convertimos en un fin en sí mismo, a la larga,
nos sentimos esclavizados.
Este dilema planteado hace dos mil años por Cristo
sigue siendo actual: No se puede servir a la vez a dos amos excluyentes. Por
eso, nos invita a optar por el Reino de Dios y su justicia, es decir, elegir la
soberanía amorosa de Dios y su voluntad.
El consumismo, que encaja tan bien en el hombre
moderno, que vive en países desarrollados, insensiblemente va degradando su
propia dignidad humana, es decir, su noble condición para convertirse en mera
máquina de producción y de consumo. Bloquea también la solidaridad, el
compartir, la fraternidad y la comunicación de bienes, alimentando así el
egoísmo y la manipulación entre sus semejantes. Desgraciadamente, la sociedad
del bienestar no está logrando, como algunos airean, que las personas sean más
felices, auténticas, fecundas y libres. Nuestra actitud de creyentes, frente al
dinero y frente a los bienes materiales, pone a prueba nuestra fe y nuestra
confianza en Dios.
El dinero significa seguridad; por eso, lo aseguramos
todo, hasta la “mascota”. Nuestra obsesión por la seguridad choca con la fe y
nos hace vivir con ansiedad. Jesús nos invita a la confianza y al abandono en
las manos de Dios a quien servimos con amor y por quien nos sentimos amados. A
vivir desde la Providencia. Bien sabe lo que cada uno necesita en cada momento.
Nos urge, ante este tiempo de GRACIA que iniciamos en
Cuaresma, a cambiar de mentalidad y de actitud para conformar nuestra vida con
la conducta que adoptó en su tiempo Nuestro Señor Jesucristo.
¡No habremos invertido realmente el orden de la
creación que Dios nos regaló para ser plenamente felices…! ¡Qué razón tenía el
Señor cuando desenmascaró a quienes deseaban tener dos amos…! El ansia por
tener poder, prestigio y dinero es el «cáncer» que aqueja hoy a nuestra
humanidad. Es la raíz de todos los males. De ahí brota la explotación del
hombre por el hombre, la pobreza, la incultura y el subdesarrollo de unos
frente a la opulencia y despilfarro de otros, las rivalidades, los odios y las
guerras entre todos. Jesús, señala el camino: «invertir» en las personas,
especialmente en las que la sociedad descarta, para devolverles su propia
dignidad.
¡Dime ante quien te doblas y te diré a qué «DIOS»
adoras! No te engañes. Ni pretendas ir de «vivo» por la vida tratando de
aprovecharte de todos. Afronta con humildad y honestidad que los bienes
materiales no son fines en sí mismos sino instrumentos, mediaciones
privilegiadas que Dios ofrece a las personas para que, compartiéndolos,
contribuyan a recrear una nueva civilización, cimentada en el amor, en el
respeto al otro y en la atención al más desvalido y desheredado.
Con mi afecto y bendición,
Ángel Pérez Pueyo
Obispo Barbastro-Monzón
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