La lámpara
del cuerpo es el ojo. Si tu ojo está sano, todo tu cuerpo está luminoso, pero
si tu ojo está malo, todo tu cuerpo estará a oscuras. Y si la luz que hay en ti
es oscuridad, ¡qué oscuridad habrá! (Mt 6, 22-24)
En una primera meditación de estas palabras del
Evangelio de Jesucristo según san Mateo, podemos pensar que se refiere a la
codicia de las miradas que afectan al sexto y noveno Mandamientos. Y es cierto
que la imprudencia en el vestir, las modas atrevidas, hacen al hombre caer en
la codicia de estos pecados, olvidando que la mujer es un ser igual al hombre,
no creado para ser objeto de placer; la mujer no es un objeto, sino una persona
llena de la más alta dignidad con que la embelleció el Creador, con una altísima
misión como madre y compañera del hombre. Toda la belleza de Dios se refleja en
la mujer, y es por ello digna del mayor de los respetos.
Y en el mismo texto san Lucas comenta. “…Nadie enciende una lámpara y la pone en
sitio oculto, sino sobre el candelero, para que los que entren vean el
resplandor. (Lc 11, 34-35).
Dicho esto, creo que podemos pensar en una
dimensión más amplia. Dice el libro de los Proverbios:
Ojos
altivos, corazón arrogante, y antorcha de de malvados, son pecado (Prov 21,1-6)
Por los ojos percibimos los objetos que vemos, y
que pasan a nuestro cerebro, para desde allí, como si de un laboratorio se
tratara, se maquinen toda clase de pensamientos: - buenos, malos o
indiferentes-, que pueden producir los efectos perniciosos, o no, en nuestra
vida. La codicia de poseer, olvidándose del “ser”, antes que el “tener”, nos
hace olvidar que somos criaturas de Dios.
“…Nos hiciste para Ti, y nuestro corazón está
inquieto hasta que descanse en Ti…”,
en palabras de san Agustín.
El Salmo 100 nos recuerda:
“…andaré con rectitud de corazón
dentro de mi casa, no pondré mis ojos en intenciones viles…” “…Ojos engreídos,
corazones arrogantes no los soportaré…”
“… Pongo mis ojos en los que son leales, ellos vivirán conmigo…”
Estamos llamados a ser luz, reflejo del que es la
Luz del mundo, Jesucristo. De esta manera, dejando atrás codicias, malos
pensamientos, dejemos entrar la Luz de Cristo en nosotros, con la alegría de
ser hijos de Dios por los merecimientos de Jesús, para que esta Luz brille como
resplandor que ilumine los corazones arrogantes, y sea esa lámpara para
nuestros pasos
“…Lámpara es tu Palabra para mis pasos, Luz en mi sendero…” (Sal 118,
105)
Tomas
Cremades
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