lunes, 6 de marzo de 2017

¿En qué se nota la Cuaresma?



El tema de la reunión era la Cuaresma. Surgió la pregunta: ¿en qué se nota que es Cuaresma? Lo primero que salió fue: “En nada!»; «Todo sigue igual…»; «Seguimos haciendo las mismas cosas de todos los días, salvo el potaje de los viernes…, y las torrijas. Hago estas cosas porque se han hecho toda la vida y porque “yo vi que mi madre las hacía”…».

¡Mira tú por dónde descubrimos que la Cuaresma es y fue tan importante que hasta influyó en el tipo de comida… Porque comer no es cualquier cosa. Comer es algo vital. Y la Cuaresma es vital: elegir comida, tener que comer, no tener que comer, no tener ganas de comer, privarse de comer… son indicativos de algo vital. Cuando pierdes la salud física o psíquica te afecta al estómago y al apetito…

Es buen síntoma tener apetito… La Cuaresma marcó un estilo de comer: una gastronomía (comida típica de Cuaresma); ayuno (no comer); abstinencia (no comer determinadas cosas, como la carne). Hay alimentos que si los «comemos» nos hacen daño…, aunque «sepan bien». Si comes mucha grasa, el colesterol aparecerá… Si no comes lentejas (o similares) el hierro te va a faltar… Y eso es lo mismito en la vida espiritual. Hay cosas que «comemos» (como la manzana del paraíso) y nos hacen daño… Y hay cosas que no comemos y nos debilitan, nos dejan anémicos…, cristianos sin «chicha ni limoná» (por ejemplo, no orar, no celebrar, no profundizar la Biblia). Mira tú por dónde esas costumbres populares tienen un porqué, una realidad que quizá no entendemos a primera vista. Y en Cuaresma se comen «comidas especiales», se hacen «ejercicios religiosos especiales», como un escaner o chequeo general de vida cristiana…

Mira tú por dónde Cuaresma es ir más allá: Sí, más allá de lo ordinario. Bueno, no más allá, sino más al fondo. Lo ordinario, lo de todos los días, es nuestra vida y en nuestra vida de todos los días nos jugamos la vida, es decir, nos jugamos la felicidad, nos jugamos la densidad de una existencia plena. ¿Qué es mi vida? ¿Qué llena mi vida? ¿Qué da sentido a mi vida? ¿Qué tengo en las manos en este momento? ¿Qué siente mi corazón? ¿Qué es lo que realmente me llena, me plenifica, me da aire para sentirme a pleno pulmón?

Éstas son las preguntas importantes de Cuaresma.

Las preguntas nos pueden llegar porque el corazón las dicta en el silencio y las escuchamos o porque hacemos algo y nos preguntamos: ¿Por qué diablos hago esto? ¿Qué sentido tiene? Cuando nos preguntamos por el sentido de algo que hacemos, acabamos, a veces, preguntándonos por el sentido de nuestra propia vida.

Nada de lo que el Evangelio nos invita (no digo manda) hacer es para fastidiarnos. Aunque nos fastidie hacer algo, nunca su fin es fastidiar por fastidiar. Si el Evangelio nos lleva a hacer algo que cuesta es para amar, para entregar la vida, para olvidarnos de nosotros y dar importancia al otro. El Evangelio nos descentra de nosotros y nos centra en el otro y en el Otro. El Evangelio termina haciéndonos más «divinos», más estilo «Jesús de Nazaret». Es el final y la finalidad del Evangelio.

Recordáis la expresión de la persona que nos dijo que se sentía vacía, no porque no haga lo que tiene que hacer, sino porque siente que no hace «todo lo que puede hacer». El corazón le pide más. Nos dijo, con otras palabras, que ve necesidades tan grandes de hombres y mujeres y que siente que hace poco, ante esas necesidades. Sentir dentro esto es tener el corazón despejado y el oído atento. Me recuerda el pasaje del Evangelio en el que un joven se encuentra con Jesús y le pregunta a Jesús qué es lo que tiene que hacer. Jesús le dice que cumpla los mandamientos. El joven responde que eso ya lo hace, pero siente ganas de más. Entonces Jesús le propone: «Empobrécete a favor de otros; entrégate más a mí». Ante esto, el joven se echó para atrás… (Lc 18,18-29). Era demasiado. No quería tanto. Se quedó en medianía.


J. Jauregui

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