No es fácil hablar de esta
enfermedad sin que te digan ¡Qué sabes tú! Bien, de momento no la padezco, pero
puedo entender el sufrimiento del enfermo y de su entorno.
Sí, hablo de esas células
que se multiplican como les da la gana y nos invaden haciendo estragos en
nuestro cuerpo. Gracias a Dios, no pueden con nuestro espíritu.
Pero es cierto, el ánimo
cae por los suelos y nos inunda de miedo, un miedo que va desapareciendo a
medida que pasa el tiempo… Y comenzamos a sentir cómo nuestro YO verdadero desplaza
al ignorante. Un YO que ya no vive porque es lo que toca hacer, sino un YO que
vive el prodigio de sentirnos únicos,
de la prodigiosa etapa de hacernos “perfectos”.
¡Claro que vivíamos sin
pensar! Pero no era grandioso, sino rutinario, alegre, tedio… Ahora en cambio,
al margen de las puñeteras incomodidades (Quimio…), es el tiempo de apostar por
el AMOR de Dios.
Lo sé porque Dios lo
dijo. Creer en Él es VIVIR, creer en Él es confiar ¡No estás solo! La
diferencia entre quien no tiene esas células y el que las tiene a “bombo y
platillo”, es que uno vive sin vivir y el otro, VIVE viviendo la verdad
de la VIDA sin fin, así se quede, así se vaya...
Si hubiera que tener
“células pomposas y descontroladas” para elegir el gran viaje, me apuntaría, porque
millones de personas sanas y fuertes, ignorantes de su YO eterno, se encuentran
sin aviso el billete con su nombre… En paso de peatones, autopistas, en el mar,
bajo la cornisa que se desploma…
Emma Díez Lobo
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