De pocas palabras se ha
abusado tanto como de la palabra «paz». Todos hablamos de «paz», pero el
significado de este término ha ido cambiando profundamente alejándose cada vez
más de su sentido bíblico. Su uso interesado ha hecho de la paz un término
ambiguo y problemático. Hoy, por lo general, los mensajes de paz resultan
bastante sospechosos y no logran mucha credibilidad.
Cuando en las primeras
comunidades cristianas se habla de paz, no piensan en primer término en una
vida más tranquila y menos problemática, que discurra con cierto orden por
caminos de un mayor progreso y bienestar. Antes que esto y en el origen de toda
paz individual o social está la convicción de que todos somos aceptados por
Dios a pesar de nuestros errores y contradicciones, todos podemos vivir
reconciliados y en amistad con él. Esto es lo primero y decisivo: «Estamos en
paz con Dios» (Romanos 5,1).
Esta paz no es solo
ausencia de conflictos, sino vida más plena que nace de la confianza total en
Dios y afecta al centro mismo de la persona. Esta paz no depende solo de
circunstancias externas. Es una paz que brota en el corazón, va conquistando
gradualmente a toda persona y desde ella se extiende a los demás.
Esa paz es regalo de Dios,
pero es también fruto de un trabajo no pequeño que puede prolongarse durante
toda una vida. Acoger la paz de Dios, guardarla fielmente en el corazón,
mantenerla en medio de los conflictos y contagiarla a los demás exige el
esfuerzo apasionante pero no fácil de unificar y enraizar la vida en Dios.
Esta paz no es una
compensación psicológica ante la falta de paz en la sociedad; no es una evasión
pragmática que aleja de los problemas y conflictos; no se trata de un refugio
cómodo para personas desengañadas o escépticas ante una paz social casi «imposible».
Si es verdadera paz de Dios se convierte en el mejor estímulo para vivir
trabajando por una convivencia pacífica hecha entre todos y para el bien de
todos.
Jesús pide a sus discípulos
que, al anunciar el reino de Dios, su primer mensaje sea para ofrecer paz a
todos: «Decid primero: paz a esta casa». Si la paz es acogida, se
irá extendiendo por las aldeas de Galilea. De lo contrario, «volverá» de
nuevo a ellos, pero nunca ha de quedar destruida en su corazón, pues la paz es
un regalo de Dios.
Ed. Buenas Noticias
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