Primera lectura:
Is
66,10.14c: Yo haré derivar hacia ella, como un río, la paz
Salmo Responsorial:
Sal
65,1-3a. 4-5. 6-7a. 16-20: Aclamad al Señor, tierra entera
Segunda lectura:
Gál
6,14-18: Yo llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús
Evangelio:
Lectura
del santo Evangelio según san Lucas 10,1-12. 16-20: Misión de los Setenta y
Dos.
El compromiso misionero es
parte integrante de la vida cristiana
La fe es un don que hay que compartir.
Por ello el compromiso misionero es parte integrante de la vida cristiana. En
la medida en que se comparte, se crece y profundiza en el don.
San Lucas da mucha importancia en
su obra a los Doce Apóstoles, enviados cualificados de Jesús, núcleo de la
Iglesia naciente y punto de referencia constante para la misma, pues es
apostólica. Pero esto no quiere decir que sean ellos solos los enviados a la
misión. La misión es obra de toda la Iglesia. Por eso recoge esta tradición que
recuerda que Jesús envió también a todos sus discípulos, representada
simbólicamente en el número 72 (a veces redondeado en 70), que en la Biblia es
símbolo de universalidad (véase Gén 10: todos los pueblos son descendientes de
Noé; la Biblia de los LXX o Biblia de todos los pueblos...).
El espíritu misionero es expresión
de la hondura con que se ha recibido la alegre noticia. Cuando una persona
descubre algo que la llena de alegría, psicológicamente necesita comunicarlo a
sus amigos, igualmente el que ha
descubierto la alegría de conocer a Jesús y su obra salvadora, necesita
compartirlo con los demás. A veces no compartimos porque no valoramos lo que
tenemos, y desgraciadamente incluso porque nos avergonzamos de nuestra fe. Es
una ocasión para que examinemos el espíritu misionero de nuestra comunidad. Una
comunidad cristiana sin espíritu misionero está enferma.
Jesús recuerda en el evangelio de
hoy cómo hay que ir a la misión:
* Lo primero es pedir al Padre la
gracia de ser enviados. La misión no es un favor que hacemos a Dios sino una
gracia de Dios, que hemos de pedir con humildad. De aquí la necesidad de orar
para ir, conscientes de que nos envía el Padre, lo que afianzará nuestra
confianza en su ayuda. Por otra parte, vamos como precursores de Jesús,
preparándole el camino. Nosotros tenemos que hacer lo que esté de nuestra
parte, pero la acción decisiva la hará Jesús por medio de su Espíritu.
* Jesús envía como sus
embajadores, de forma que el que nos oiga, oye a él y al Padre que lo envió.
Esto implica una gran responsabilidad que tiene que obligar a conocer y vivir
la palabra de Dios que hemos de anunciar. No somos enviados para dar nuestra
palabra sino la de Dios.
* Más aún, Jesús nos pide que
ofrezcamos la palabra, primero encarnada en nuestras buenas obras, de forma que
la misión consista en explicar lo que estamos haciendo: curad a los enfermos y decid: está llegando el Reino de Dios. El
enviado predica lo que vive.
* En este contexto se nos exige
entrega total a la tarea, lo que implica austeridad y disponibilidad. Lo
importante es la misión y a su servicio se sacrifica lo que sea necesario.
* Toda la obra misionera tiene que
estar al servicio de la paz, que implica un mundo nuevo filial y fraternal.
* Las reacciones de los
destinatarios serán diversas. Hay que ir con realismo, como ovejas entre lobos,
conscientes de que habrá rechazo, persecución, pero también buena acogida. Así
se comparte la muerte de Jesús (segunda lectura). Pero siempre nos acompañará
la providencia del Padre.
Finalmente la alegría debe ser un
móvil para la misión y debe acompañar todo el proceso. Los 70 volvieron
contentos por los frutos obtenidos y Jesús aprovecha para decirles que el
motivo principal para la alegría no debe ser el fruto en la misión, que se dará
o no, sino el hecho de que somos ciudadanos del Reino.
Cada celebración de la Eucaristía
es recibir la Palabra que después hemos de transmitir a los demás.
Dr. Antonio Rodríguez Carmona
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