No
sé quién es, nunca le he visto antes y sin embargo está necesitado. Me acerco y
le auxilio. No me importa su procedencia solo sé que necesita ayuda.
Me
arrodillo y le pregunto: “¿Dónde te duele?”, y acojo su dolor y súplica porque
es lo que el Evangelio espera de mí.
Dios
te pone delante estas situaciones, pero a veces Le damos la espalda, no “nos
suenan sus Palabras”… ¿Porqué no las Leemos?
Ése
desconocido es el prójimo del que habla Jesús (Mt 25 35-40)… Ni tu
hijo, ni tu padre, ni tu amigo, al los que ayudarías sin dudarlo. El prójimo es
algo distinto, más grande aún, es aquél que te incita a la caridad sin lazos
que te unan ni bondad acreditada.
Estoy
segura de que el ser humano -no siempre caritativo- actuaría de forma diferente
si esa persona llevara un cartel que dijera: “Soy Jesús de Nazaret”… ¡Entonces SÍ, por supuesto!
Pero
Dios se oculta en el corazón sin mirar razas ni religiones, y no siempre los
que “dicen andar con Dios” hacen lo que un samaritano, quien ni ve la cara de
Jesús ni sus sandalias, pero hace lo que Dios haría.
Leer,
entender y creer en la Biblia es la cuestión. Si queremos parecernos a Él, hagamos
los mismo. Recordad que iba por los pueblos sanando almas y cuerpos
desconocidos, para después decirnos: “Lo que hagáis con el prójimo, me lo estáis
haciendo a mí”.
Emma Díez Lobo
No hay comentarios:
Publicar un comentario