lunes, 1 de julio de 2019

En minoría absoluta



El punto de partida es la estadística. Somos menos. Esto es algo que a pocos se les escapa ya. Los católicos practicantes -las personas que se definen como religiosas, en general– somos cada vez menos. Hay menos bodas, menos bautizos, menos primeras comuniones, parroquias cada vez más vacías… En muchos casos se mantienen números por la perseverancia de nuestros mayores que viven la fe como han hecho toda su vida… pero que viene sin relevo. Esto, de lo que somos bastante conscientes los que vivimos dentro de la realidad eclesial, es de lo que nos ha advertido el obispo portavoz de la Conferencia Episcopal: –somos una minoría cultural». Ya no es cosa de profetas de calamidades o anticlericales malintencionados. Ahora ya asumimos una realidad en retroceso.
¿Qué hacemos ahora? El sabernos en retroceso nos puede colocar en varias actitudes, a veces en extremos contrarios. Desde los que se centran en buscar culpables y claman por una purga de elementos díscolos a los que se congratulan porque seamos menos, porque eso nos devuelve a las primeras comunidades… Y en medio muchos matices, acuerdos y desacuerdos.
Es lógico que busquemos culpables ante las malas noticias (porque sí, ser menos es una mala noticia). Sobre todo, porque si encontramos culpables nosotros quedamos absueltos. El mundo es más fácil si hay buenos y malos. También dentro de la Iglesia. Pero es meternos en un laberinto que nos enreda. Y que cuando lleguemos al centro no vamos a encontrar más que rencor y deseo de venganza. Deseo de enjuiciar herejes. No encontraremos soluciones, ni inspiraciones del espíritu sobre el rumbo de la Iglesia. Solo ajustes de cuentas.
También casa muy bien con lo que vivimos que intentemos leer esta disminución de números como un 'soplo' del Espíritu que nos empuja al desierto y que nos lleva a vivir más intensamente como en las primeras comunidades. Hay en esta postura una tentación que nos deja bastante cerca de los que piden una poda de los 'malos elementos': «al final quedaremos solo los buenos». Como si la Iglesia fuera un lugar para la élite espiritual.
Ver nuestros problemas eclesiales desde la óptica de los números nos mete en estos callejones sin salida. Porque nuestra sociedad nos dice que si somos muchos lo hacemos bien, si disminuimos lo hacemos mal. Pero la vida de la Iglesia no funciona así. No somos un partido político o una marca de consumo más. No es tan sencillo. Estamos llamados a vivir la tensión del anuncio. A no descansar en compartir con todos aquello que nos da plenitud de vida, a la vez que comprendemos que los resultados no dependen de nuestra acción. A sembrar sin descanso, sabiendo que la semilla germinará porque esa es su naturaleza, no porque nosotros la hagamos germinar.
Álvaro Zapata

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