El punto de partida es la
estadística. Somos menos. Esto es algo que a pocos se les escapa ya. Los
católicos practicantes -las personas que se definen como religiosas, en
general– somos cada vez menos. Hay menos bodas, menos bautizos, menos primeras
comuniones, parroquias cada vez más vacías… En muchos casos se mantienen
números por la perseverancia de nuestros mayores que viven la fe como han hecho
toda su vida… pero que viene sin relevo. Esto, de lo que somos bastante
conscientes los que vivimos dentro de la realidad eclesial, es de lo que nos ha
advertido el obispo portavoz de la Conferencia Episcopal: –somos una minoría
cultural». Ya no es cosa de profetas de calamidades o anticlericales
malintencionados. Ahora ya asumimos
una realidad en retroceso.
¿Qué hacemos ahora? El sabernos en retroceso nos puede
colocar en varias actitudes, a veces en extremos contrarios. Desde los que se
centran en buscar culpables y claman por una purga de elementos díscolos a los
que se congratulan porque seamos menos, porque eso nos devuelve a las primeras
comunidades… Y en medio muchos matices, acuerdos y desacuerdos.
Es lógico que busquemos culpables ante las malas
noticias (porque sí, ser menos es una mala noticia). Sobre todo, porque si
encontramos culpables nosotros quedamos absueltos. El mundo es más fácil si hay
buenos y malos. También dentro de la Iglesia. Pero es meternos en un laberinto
que nos enreda. Y que cuando lleguemos al centro no vamos a encontrar más que
rencor y deseo de venganza. Deseo de enjuiciar herejes. No encontraremos
soluciones, ni inspiraciones del espíritu sobre el rumbo de la Iglesia. Solo
ajustes de cuentas.
También casa muy bien con lo que vivimos que
intentemos leer esta disminución de números como un 'soplo' del Espíritu que
nos empuja al desierto y que nos lleva a vivir más intensamente como en las
primeras comunidades. Hay en esta postura una tentación que nos deja bastante
cerca de los que piden una poda de los 'malos elementos': «al final quedaremos
solo los buenos». Como si la Iglesia fuera un lugar para la élite espiritual.
Ver nuestros problemas eclesiales desde la óptica de
los números nos mete en estos callejones sin salida. Porque nuestra sociedad
nos dice que si somos muchos lo hacemos bien, si disminuimos lo hacemos mal.
Pero la vida de la Iglesia no funciona así. No somos un partido político o una
marca de consumo más. No es tan sencillo. Estamos llamados a vivir la tensión del anuncio. A no descansar en compartir con todos
aquello que nos da plenitud de vida, a la vez que comprendemos que los
resultados no dependen de nuestra acción. A sembrar sin descanso, sabiendo
que la semilla germinará porque esa es su naturaleza, no porque nosotros la
hagamos germinar.
Álvaro Zapata
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