Primera
lectura:
Gén
18,1-10a: Señor, no pases de largo junto a tu siervo
Salmo Responsorial:
Sal 14,2-3ab.3cd-4ab.5: Señor, ¿Quién puede
hospedarse en tu tienda?
Segunda lectura:
Col 1,24-28: El misterio escondido, revelado ahora a
los Santos
Evangelio:
Lectura del santo Evangelio según san Lucas
10,48-32: Marta le recibió en su casa. María escogió la mejor parte.
La oración es fundamental en
la vida cristiana
Este domingo y el siguiente los evangelios hablan de la oración. Para
evitar repeticiones, éste está dedicado a la importancia y necesidad de la
oración, especialmente en contexto eucarístico, y el siguiente, a su contenido.
El episodio de Marta y María no quiere contraponer en absoluto vida
activa y contemplativa. Viene inmediatamente después de la parábola del Buen
Samaritano, en la que se nos pide a todos hacernos
cercanos del necesitado y por ello implicados en la vida activa. Lo que se
critica es una dedicación a la vida activa que impida estar con Jesús, que es
lo principal.
Es importante trabajar para Jesús, pero esto debe ser consecuencia de
una amistad y relación personal con él, que es lo importante. La oración es el
tiempo especial de relación con Jesús y por él con Dios, nuestro padre. No
basta decir que yo trabajo pensando en Jesús; eso está bien, pero no excluye el
rato de soledad íntima con él, como no le basta a un padre trabajar para su
familia pensando en ella y por ello procura tener tiempos especiales de trato
íntimo con su esposa e hijos. Por eso hoy se critican las condiciones de
trabajo que impiden o dificultan la vida familiar. En esta misma línea el
episodio de Marta y María invita a programar de tal forma la vida que siempre
quede a salvo la relación inmediata y directa con Jesús en la oración. Hay que
trabajar por el reino de Dios, pero en definitiva “Si el Señor no construye la
casa, en vano trabajan los albañiles, si el Señor no guarda la ciudad, en vano
vigilan los centinelas...” (Sal 127,1)
El creyente es peregrino siempre en camino. Pero no se trata de andar
por andar sino de recorrer el camino querido por Dios Padre haciendo su
voluntad, ayudados con la luz y fuerza del Espíritu Santo. Y esto exige estar
siempre conectados con el Padre. La oración tiene una función análoga a los GPS
(guía por satélite), que, por una parte, van indicando el camino correcto hacia
la meta desde el punto concreto en que se encuentra el automóvil, pero, por
otra, exigen estar siempre conectados y escuchando. San Lucas en su doble obra
–Evangelio y Hechos de los Apóstoles- presenta a Jesús y la Iglesia primitiva
como modelos de oración. Jesús comienza su ministerio, en el bautismo, orando;
en contexto de oración supera la tentación; durante su ministerio pasa largos
ratos de la noche en oración, especialmente siempre que va a realizar algo
importante, como la elección de los Doce o cuando les pregunta sobre su
identidad, pero especialmente antes de su pasión. Igualmente aparece en Hechos.
La oración es fundamental para el discípulo que tiene que recorrer ahora su
etapa de camino.
Orar es un tú a tú con un amigo para tratar de cuestiones comunes.
Esto implica primero conectar con
quien queremos hablar, igual que hacemos con el teléfono cuando queremos hablar
con alguno. Podemos conectar con Dios,
nuestro padre, directamente, o por medio de Jesús, que es el mediador necesario
y todo trato con él nos lleva al Padre. En esta tarea es importante que pidamos
la ayuda del Espíritu Santo, pues sin ella es imposible la oración. Una vez
conectados, debe comenzar un diálogo animado por el amor en que se habla de
agradecimiento por los beneficios recibidos, se exponen nuestros deseos y
dificultades y se pide por los problemas presentes. Como en todo diálogo, hay
que hablar y escuchar y esto último exige silencio de escucha. Por eso no hay
que estar todo el tiempo hablando, hace falta ratos de silencio para acoger lo
que se nos dice de varias maneras, como puede ser comprender y convencerse de
la verdad de una frase del evangelio o de un consejo recibido o de un paso que
estamos pensando dar... El Señor siempre responde, a veces su mismo silencio es
respuesta que nos educa en la gratuidad. Naturalmente este diálogo se realiza
en la oscuridad de la fe. La oración es una exigencia de la fe y solo tiene
sentido dentro de ella.
No confundir la oración con actos útiles que la preparan, pero no son
propiamente oración, como puede ser la preparación psicológica, que ayuda para
centrarse en este diálogo o como la meditación, pues meditar es reflexionar
sobre la palabra de Dios e iluminar la vida con ella en la situación concreta.
Esta debe ser la puerta inmediata que lleve al diálogo y con ello a la oración
propiamente dicha, pero si no hay diálogo, no hay oración.
Oramos como miembros de la familia de Dios, en primera persona del
plural, solidarios con todos los miembros de la Iglesia, pues Jesús nos enseñó
a orar diciendo Padre nuestro, no Padre mío.
La oración del discípulo debe ser
eclesial. La celebración de la
Eucaristía es la máxima expresión de la oración eclesial, por lo que es
importante que nos entrenemos a participarla como acto de oración. Esto implica
una preparación remota, leyendo previamente las lecturas para que las meditemos
y preparemos la respuesta que vamos a dar al Padre por medio de Jesús, y una
preparación inmediata, yendo al templo antes de empezar la celebración para conectar con Jesús y con Dios Padre. De esta forma la celebración de la
Eucaristía será celebración de un acto de oración en que nos habla el Padre por
Jesús y respondemos por medio de él.
Dr. Antonio Rodríguez Carmona
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