lunes, 29 de julio de 2019

Rafael Arnaiz Barón, un modelo actual de joven creyente





Muchas veces, cuando pensamos en lo san­tos, lo hacemos sin pisar demasiado en la tierra y les subi­mos a una hornacina demasiada alta, por lo que se convierten en personas admirables, pero no imitables.

San Rafael Arnaiz fue declarado por el papa Benedicto XVI, con mo­tivo de la Jornada Mundial de la Ju­ventud en Madrid, patrono de la Ju­ventud.

A san Rafael se le conoce mucho en Castilla y León, especialmente en Palencia, pero, en general, no es un santo muy conocido.

Yo creo que su vida puede ser un verdadero modelo a imitar en sus ac­titudes cristianas por muchos jóvenes y por los cristianos en general, si le conociéramos un poco mejor. Por eso, me he decidido a dedicarle esta sema­na esta carta pastoral, con el deseo de ofrecerlo a los jóvenes como modelo de joven, seguidor de Jesús y santo.

San Rafael nació en Burgos el 9 de abril de 1911, de familia profun­damente cristiana; joven de talante personal abierto y positivo, con gran sensibilidad y grandes inquietudes, inicia la carrera de arquitectura y sien­te la llamada de la vocación a la vida monástica, y la sigue, como diría él: «Siguiendo los dictados del corazón hacia Dios y deseando llenarse de Él».

El 15 de enero de 1934 ingresa en el monasterio de San Isidro de Due­ñas (Palencia) con un único bagaje personal: «Un corazón alegre y con mucho amor a Dios». Pronto cae en­fermo, lo que le obliga a dejar el no­viciado, y a hacer de su vida un ir y venir del monasterio a la familia y de esta al monasterio, hasta que defini­tivamente se queda en la enfermería del monasterio, donde muere el 26 de abril de 1938 a los 27 años.

El 27 de septiembre de 1992 fue de­clarado beato por el papa Juan Pablo II. El 11 de octubre de 2009 es canoni­zado por el papa Benedicto XVI.

 ¿Qué es lo que fascina del Herma­no Rafael?

 Aunque sea muy breve e incluso con el riesgo de ser superficial, qui­siera resaltar tres aspectos muy im­portantes de la vida y de la entrega al servicio de Dios en el Hermano Ra­fael, entresacados todos, de sus obras completas:
§  Es un hombre enamorado plena­mente de Dios, que ha sentido sobre él la mirada de Cristo y se ha dejado fascinar por él. Que ante la llamada del Señor no tiene otra respuesta que aquella que siempre dio, en la salud y, de manera especial, en la enfermedad: «Voy, Señor». Él lo diría así: «Si hubie­ras visto la dulzura de los ojos de Jesús, sin pensar en ti para nada…te hubieras unido, aunque hubieras sido el último de la comitiva de Jesús y le hubieras dicho: …“Voy, Señor, no me importan mis dolencias, ni comer, ni dormir…Si me admites, voy. Voy, Señor, porque tú eres el que me guía. Eres tú el que me prometes una recompensa eterna… Eres tú el que perdona, el que salva… eres tú el único que llena mi alma”».

Rafael es un joven plenamente ena­morado de Dios, que descubre en su vocación una gran gracia de Dios, una predilección especial por su parte, que nunca agradecerá suficientemente y a la que responderá siempre con verda­dera generosidad y entrega, porque su gran amor, que es Dios, es el único que llena su alma.

§  El joven Rafael Arnaiz es alguien que, en ese seguimiento de las huellas de Jesús, de su camino, y en la respues­ta a su llamada, es plenamente feliz:
«La verdadera felicidad se encuen­tra en Dios y solamente en él…amando a Dios serás feliz en esta vida, tendrás siempre paz y algún día morirás con­tento…las ilusiones del mundo como juguetes de niño, hacen feliz cuando se espera., después, todo es cartón… feliz, mil veces feliz soy, cuando a los pies de la cruz de Cristo, a Él, solo a Él le cuento mis cuitas…y no sé más que pedirle amor…»
El está convencido de que la felici­dad no la dan el mundo ni las cosas, que estos, cuando uno pone en ellos el corazón, parece que va a encontrar en la felicidad, sin embargo, esta re­sulta totalmente pasajera, y deja va­cío al hombre.

§  En el seguimiento de Jesús, Ra­fael siente la protección de María, su Virgen de la Trapa:
«Cuántas veces, cuando nadie me veía, le hablaba de mis proyectos, de mis deseos, le hablaba de su Hijo Jesús… a mí me gusta hablar a la Virgen en voz alta, como si estuviera a mi lado…»

Así vivió este joven, que moría con 27 años. Toda su vida fue un «sí, voy» a la llamada del Señor.

+ Gerardo Melgar
Obispo de Ciudad Real


No hay comentarios:

Publicar un comentario