Primera lectura:
Gén 18,20-32: Que no se enfade mi Señor, si sigo
hablando.
Salmo Responsorial:
Sal 137,1-2a. 2bc-3. 6-7ab. 7c-8: Cuando te invoqué,
Señor, me escuchaste.
Segunda lectura:
Col 2,12-14: Os vivificó con Cristo, perdonándoos todos vuestros
pecados.
Evangelio:
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 11,1-13:
Padrenuestro.
Contenido de la oración
cristiana
El texto del evangelio de hoy contiene la oración breve del
Padrenuestro, seguida de una exhortación a la perseverancia en la oración,
confirmada con algunos ejemplos. Como la exhortación a la perseverancia
reaparecerá el domingo 29º de este tiempo ordinario, este comentario se centra
en el contenido de la oración.
Es interesante conocer el momento en que Jesús enseñó esta fórmula
para conocer su finalidad. Estuvo orando durante la noche y, por la mañana, los
discípulos le piden que les enseñe a orar como
Juan Bautista enseñó a sus discípulos, es decir, no piden aprender a orar
sin más, porque ya lo sabían, ya que todo judío aprende a orar en su familia y
en la sinagoga. Lo que piden es un modo de orar acorde con el mensaje que está
proclamando, lo mismo que hizo Juan Bautista con sus discípulos. Seguramente
Juan enseñó a sus discípulos una forma de orar acorde con su predicación de
conversión. En el Padrenuestro Jesús enseña a sus discípulos a orar de acuerdo
con su mensaje, que se centra en que Dios es Padre y que va a reinar. Esto
explica perfectamente el contenido de la oración. Por ello la finalidad de esta
oración no es que se repita la fórmula sin más como si fuera una oración mágica
(se puede hacer, despacio, siempre que sea expresión de los sentimientos del
corazón) sino decir los elementos que tiene que tener la oración del discípulo
de Jesús.
La oración de Jesús nos ha llegado en dos formulaciones, la de san
Lucas y la de san Mateo. Aquella es más breve y los especialistas la consideran
más cercana a la que enseñó Jesús, pues san Mateo explicitó algunos elementos
para que quedara más claro su contenido.
Lo primero que ha de hacer el discípulo es invocar a Dios como Padre,
es decir, ponerse en la presencia de Dios como Padre y sintonizar con él,
sintiéndose confiadamente unido a él como hijo (san Mateo explicita que es
Padre nuestro, lo que implica que hay
que sintonizar también con todos los hermanos; y además que es el que está en el cielo, el Dios
transcendente). A continuación lo primero que tiene que hacer el discípulo es
alabar al Padre, pues la relación con el Padre debe desarrollarse en contexto
de gratuidad y alabanza. La fórmula usada expresa un deseo de que todos los
hombres lo alaben y reconozcan su bondad. A continuación el discípulo desea que
se realice plenamente el plan del reino de Dios. Hasta aquí todo es
teocéntrico. El discípulo se siente hijo, alaba al Padre y se identifica
totalmente con su plan salvador y sus implicaciones.
La segunda parte es antropocéntrica. Jesús nos enseña que, en este
contexto del primado de la voluntad de Dios, expongamos nuestras necesidades
existenciales, la primera es el pan necesario de cada día, es decir, nuestras
necesidades materiales (el pan, el vestido, la vivienda, el trabajo, la
salud...), la segunda es la virtud de la penitencia, es decir, vivir
constantemente en el perdón de Dios y perdonando mutuamente a los que nos
ofenden, la tercera y última es la perseverancia en la fe, que es la gran tentación que acecha al discípulo.
Toda oración del cristiano debe contener explícita o implícitamente
estos elementos para que sea cristiana.
Todo ello está contenido en la celebración de la Eucaristía. En ella
todas las oraciones van dirigidas al Padre por medio de Jesús y además están
dirigidas en primera persona del plural, es decir, oramos como Iglesia, unidos
a los hermanos. En ella domina el tema de la alabanza, que culmina en un
crescendo continuo en la doxología final. Hay quien dice que la misa “no le
dice nada”; realmente “no tiene nada que decir”, puesto que no es ni un
concierto ni una conferencia sino celebración comunitaria de nuestro
agradecimiento al Padre en que le ofrecemos nuestra existencia y le pedimos su
ayuda. En ella nos habla el Padre por Jesús en orden a su reino, sugiriéndonos
motivos de conversión y colaboración en la obra del reino. En ella presentamos
nuestras necesidades existenciales, materiales y espirituales. En ella el Padre
nos renueva su amor entregándonos a su Hijo en la comunión. Todo ello implica una preparación remota e
inmediata, pues es sacramento de la fe, y esta es oscura.
Dr. Antonio Rodríguez Carmona
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