En su caminar por el
desierto Israel toma conciencia de que es un pueblo distinto a los demás, que
necesitaron inventarse dioses que les salieran al paso de sus inquietudes y
necesidades. Israel sabe que ha sido escogido por Dios para proyectar su luz en
el mundo (Sb 18,4). Conoce en el desierto a Dios que le cuida, protege,
fortalece… pero sobre todo, y esto supone un salto dimensional respecto a los
demás pueblos, le oye, ha podido escuchar su Voz en medio del Fuego en el
Sinaí y deja constancia de ello (Dt 4,12-14).
Aun así, los israelitas
se chocan con un muro insalvable a la hora de guardar en su corazón la Palabra
escuchada. Sus profetas exhortan incansablemente al pueblo a pasar las
Palabras de las Tablas de la Ley a las de su corazón pero el muro cierra
implacablemente el paso a sus propósitos (Prv 3,3). Sólo Dios podría derribar
la muralla que a todos nos separa de Él. Lo hizo encarnándose.
Vemos a Jesús, una vez
resucitado, ir como Buen Pastor al encuentro de sus dos discípulos de Emaús…
imagen de los que nos frenamos ante el bloque de granito, y grabó con su
Fuego el Evangelio en sus corazones. Oigamos su testimonio: ¿No ardía nuestro
corazón cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba-partía las Escrituras?
(Lc 24,32).
P. Antonio Pavía
comunidadmariamadreapostoles.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario