martes, 23 de febrero de 2021

Jesús, el único virólogo

 


        Llevamos un prolongado tiempo con la pandemia del Covid-19. Solo nos queda la esperanza de la vacuna. Vacuna en la que los científicos han ido trabajando de prisa y corriendo para salvar el mayor número de vidas humanas. Pero por la premura de tiempo no inmuniza al 100% ni cubre las distintas mutaciones del virus. Además se administra en dos dosis, dado que la primera sola no es suficientemente eficaz.

 

        Quiero buscar en esta situación un parangón o paralelismo con el virus del pecado que contagió el alma de los humanos desde su creación. Dios Nuestro Señor, el único virólogo al respecto, nos limpió con su sangre, pero conocedor de nuestra debilidad y propensión a volver a infestarnos quiso dejarnos también un par de vacunas. Por el contrario de lo que sucede con estas de la pandemia, sí es totalmente inmunizante la primera dosis sola: el Bautismo. Nos deja limpios para siempre. Pero dada nuestra propensión a volver a infestarnos porque no guardamos las distancias sociales con el pecado y por nuestra permisividad con el mismo, quiso dejarnos una segunda dosis de eficacia multiplicativa hasta el infinito en su inmunidad: el Sacramento de la Penitencia.

 

        Así que aquí estamos con una situación muy parecida entrambas pandemias: la física, que atañe a la salud corporal, y la espiritual, que toca a nuestra alma. Al igual que determinados grupos sociales burlan la normativa y de vez en cuando descubrimos desmanes intolerables, esto mismo nos pasa a los cristianos. Parece que le hemos perdido el respeto al pecado y una y otra vez caemos en él, debido a nuestra debilidad humana, por el encanto y atracción del mal y nuestro continuo coqueteo con el maligno; de esta manera sucumbimos ante la atracción de la tentación por no tomar precauciones, fiarnos de nosotros mismos y sobre todo por la falta de un rotundo rechazo. Nos ponemos en riesgo por multitud de causas y al final pecamos.

 

        Al contrario de la falta de vacunas contra el virus del Covid-19, sí tenemos en abundancia la del alma. Sobreañadiríamos una gran vileza al pecado si además jugáramos con la facilidad del perdón, porque siempre encontramos, sin colas ni necesidad de esperar cita, un desprendido enfermero dispuesto a escucharnos en confesión para inmunizarnos con la sola condición del arrepentimiento y el firme propósito de enmienda a fin de inyectarnos esas inmunológicas gotas de “…yo te perdono…” Lo ideal sería no tener que recurrir a la vacuna, pero dada nuestra fragilidad, acudamos todas las veces que sea necesario al confesionario y permanezcamos inmunes para no tener que pasar por la UCI con sus respiradores artificiales cuando seamos llamados definitivamente.

 

Pedro José Martínez Caparrós

No hay comentarios:

Publicar un comentario