Una de las imágenes que se han visto en estos meses de penurias pandémicas, ha sido la de hombres y mujeres que, arriesgando sus vidas y posponiendo su comodidad, han querido estar cerca de la gente que más podía estar necesitando una ayuda de cualquier tipo: desde los cuidados sanitarios que pusiera remedio clínico al virus, hasta los cuidados espirituales que iban desde la compañía tierna hacia las personas solas y asustadas, hasta la ayuda religiosa hecha de plegaria y sacramentos. Hemos visto religiosas y sacerdotes, que junto a tantos voluntarios siguen acogiendo a tantos pobres con una multitud de rostros de pobrezas, sosteniendo la esperanza. Ahí están nuestras dependencias parroquiales de Cáritas, los comedores sociales, los centros de acogida para los sin-techo, y un precioso y largo etcétera.
El día
dos de febrero se celebra desde hace ya veinticinco años una jornada mundial de
la Vida Consagrada. La instituyó San Juan Pablo II con el objetivo de ayudar a
toda la Iglesia a valorar cada vez más el testimonio de quienes han elegido
seguir a Cristo más de cerca. Decía entonces el papa santo: «A las personas
consagradas, pues, quisiera repetir la invitación a mirar el futuro con
esperanza, contando con la fidelidad de Dios y el poder de su gracia, capaz de
obrar siempre nuevas maravillas: “¡Vosotros no solamente tenéis una historia
gloriosa para recordar y contar, sino una gran historia que construir! Poned
los ojos en el futuro, hacia el que el Espíritu os impulsa para seguir haciendo
con vosotros grandes cosas”».
Nos
unimos también nosotros a esta efeméride para dar gracias por el regalo que
supone en nuestra comunidad diocesana, poder contar con tantos hombres y
mujeres que, cada uno desde su carisma, siguen de cerca al Señor siendo una
bendición para los hermanos: en el mundo de la docencia y educación, en el
mundo de la salud y la geriatría, en el mundo de la evangelización y la
pastoral, en el silencio de sus claustros y en las encrucijadas de tantos
caminos, con los jóvenes y con las familias.
La Vida
Consagrada es una preciosa parábola de fraternidad, tanto más acuciante y
necesaria cuanto nuestro mundo adolece a veces de la tentación de levantar
muros, reabrir trincheras, despreciar la vida y caer en el egoísmo más
insolidario. Necesitamos esa parábola viviente de una fraternidad que se hace
canto de belleza que refleja la bondad de Dios y que se ofrece como gesto
cercano, samaritano, ante los heridos en los cruces de los mil caminos de la
vida.
El papa
Francisco señala en su última encíclica: «Anhelo que en esta época que nos toca
vivir, reconociendo la dignidad de cada persona humana, podamos hacer renacer
entre todos un deseo mundial de hermandad. Entre todos: “He ahí un hermoso
secreto para soñar y hacer de nuestra vida una hermosa aventura. Nadie puede
pelear la vida aisladamente… Se necesita una comunidad que nos sostenga, que
nos ayude y en la que nos ayudemos unos a otros a mirar hacia delante. ¡Qué
importante es soñar juntos!… Solos se corre el riesgo de tener espejismos, en
los que ves lo que no hay; los sueños se construyen juntos”» (Fratelli tutti, 8).
Nos
acaban de llegar unas nuevas hermanas que se incorporan a esa parábola de
fraternidad en nuestra Diócesis: las Siervas del Hogar de la Madre. Una joven
comunidad, bendecida con abundantes vocaciones, que llegan a Avilés para
trabajar junto a una parroquia y un colegio, siendo fieles al propio carisma
centrado en la Eucaristía, María y su apostolado con la juventud. Es una buena
noticia por la que damos gracias al Señor que sigue sosteniendo así nuestra
esperanza desde la parábola de una auténtica fraternidad cristiana.
+ Jesús
Sanz Montes, ofm
Arzobispo
de Oviedo
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