miércoles, 24 de febrero de 2021

Una ceniza para la pandemia

 

Podría parecer que estamos de nuevo ante un escenario conocido en sus gestos, en sus textos, y en su ambientación costumbrista. Nos pasa como en otras épocas del año cuando llegan las fechas de escenificar lo que está escrito con letras seculares en las calendas de nuestras agendas. Así, llega la cuaresma y damos comienzo a estos cuarenta días de conversión con la consabida ceniza en el miércoles que toma este sobrenombre para un nuevo punto de partida. ¿Pero es así? De ser así estaríamos ante una trampa: la de caer en la rutina de quien repite gestos y textos, por la inercia que impone simplemente el calendario de nuestra agenda.

Precisamente, esa ceniza con la que comienza la cuaresma, tiene este año una mordiente novedad que nos pone delante otras cenizas que han acompañado estos meses tan aciagos. Demasiada ceniza ha venido con la pandemia de marras, y la Covid-19 nos ha esparcido su peor telón cinerario viendo contagiados a tanta gente tras el anonimato de una fría estadística, a veces falseada y trucada, pero que te hacían temblar las carnes cuando el contagiado, el fallecido, era de tu propia familia, o del círculo de tus amigos, de tu gente querida y conocida. Sí, una ceniza pandémica que ha oscurecido el horizonte de nuestra esperanza, sembrando dudas en la fortaleza de nuestra fe y enfriando el ardor de nuestra caridad. Porque ante la severidad que nos asola, el miedo puede confinar también tantas cosas esenciales para nuestra vida, cuando nos encierra y extraña, cuando nos evade e inhibe, cuando nos deprime y vapulea.

Pero la ceniza cristiana con la que comenzamos toda cuaresma, siempre es un gesto humilde que pone la fecha de nuestros días y contextualiza la circunstancia que nos embarga, para hacernos ver que no es una repetición cansina y aburrida, un año más viejos por el paso de la vida. Esta ceniza cuaresmera viene a recordarnos la humildad de nuestro origen desde el barro del que fuimos modelados, como literariamente describe el relato bíblico de la creación, y a asomarnos a la meta última de un destino hacia el que esperanzadamente caminamos.

Los tres gestos que nos propone la cuaresma cristiana, son los que el papa Francisco ha querido recordar en su mensaje de este año: “El ayuno, la oración y la limosna, tal como los presenta Jesús en su predicación (cf. Mt 6,1-18), son las condiciones y la expresión de nuestra conversión. La vía de la pobreza y de la privación (el ayuno), la mirada y los gestos de amor hacia el hombre herido (la limosna) y el diálogo filial con el Padre (la oración) nos permiten encarnar una fe sincera, una esperanza viva y una caridad operante”.

Efectivamente, hay siempre una conversión pendiente en nuestro camino cristiano, cuando con el ayuno aprendemos a prescindir de lo que es superfluo y dañino, tantas cosas que son inútiles y nocivas que nos tienen secuestrados como fieles usuarios. Igualmente, orar con una mayor entrega en nuestro tiempo dedicado a la plegaria. Porque es verdad que nosotros los creyentes no negamos a Dios, pero la pregunta es si siempre y en todo lo afirmamos. Volver a Dios el corazón, ventilar ante Él las preguntas, esperar con gratitud sus respuestas: esto es orar. Y, finalmente, la limosna, que no consiste únicamente en dar un dinero solidariamente, sino darnos a nosotros mismos con amor: nuestros talentos, nuestro tiempo, los dones que Dios nos ha regalado para repartirlos y compartirlos con nuestras manos. Esta es la cuaresma única e irrepetible de este año, en medio de las cenizas, viendo en ellas resurgir la vida que no fenece porque es eterna.

+ Jesús Sanz Montes, ofm

Arzobispo de Oviedo

 

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