Exultamos
ante esta promesa de Dios proclamada por Isaías para quienes escuchen, difundan
y anuncien el Evangelio del Mesías (Is 40,10-11). Sí, Dios revela cuál es su
recompensa: llevará en brazos a los corderillos, es decir a los que inician el
camino del Discipulado.
A
continuación proclama que recostará sobre su pecho a las ovejas madres, a
los que como testifica Pablo, engendran hijos de la Iglesia (Gal 4,19). La
recompensa de Jesús no tiene que ver con honores, prestigio, bienes temporales,
etc… La Recompensa es… ¡Él mismo! Sí, Jesús nos aprieta contra su pecho, su
corazón como lo hizo con el Discípulo Amado en la Última Cena (Jn 13,25).
¡El
Discípulo Amado, exclamamos con cierta envidia de Juan! No le envidiemos porque
todos los que vinculamos nuestra vida al Evangelio de Jesús lo somos. Estamos
estrechamente unidos a Él por nuestra amorosa escucha, difusión y anuncio de su
Evangelio de la forma que Él mismo nos inspire. El mismo Jesús es, quien en tus
cansancios y también sufrimientos por darle a conocer, te recuesta sobre su
pecho.
P.
Antonio Pavía
comunidadmariamadreapostoles.com_
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