Estamos acabando la subida. Me refiero a la cuesta de este enero que terminamos, que según nos adentramos en este primer mes del año, experimentamos los rigores del frío en todos los tiritones que impone el momento que vivimos. Hace semanas que volvimos a guardar en las correspondientes cajitas lo que en estos días navideños ha podido llenar de ilusión y de esperanza la vida cotidiana. En torno al misterio de Dios que se hace hombre y acompaña cada tramo de nuestro sendero, volvimos a brindar con aquellos que queremos, por tantas cosas en unos días entrañables, mientras soñábamos juntos en un nuevo año que comienza que es posible intentar de nuevo tantas cosas fallidas, extrañas o enfrentadas.
Hay que decir que este rito, no es una ficción vacía o
una formalidad sin rostro, sino el anhelo que brota de lo más sincero de
nuestra alma cristiana: agradecer que aquello que sucedió hace dos mil años
entonces, sigue sucediendo ahora entre nosotros, y que la gracia de la navidad
no es un mazapán que se consume y caduca sin más, ni tampoco unas luces que se
desenchufan, sino que tal gracia nos acompañará en cada momento de estos doce
meses que vamos escribiendo. Y por eso brindamos con la más osada y realista
ingenuidad al llegar el nuevo año 2023. Ya la fecha nos habla de un hecho
acontecido hace ese tiempo y que se ha hecho contemporáneo de cada generación:
el Señor que nos propuso el camino que nos conduce a nuestro destino, se ha
hecho caminante cercano y discreto para que el viaje sea posible y acompañado
por Él.
Al comenzar ese año, quizás vemos en lontananza no
pocos retos que, tanto personal como socialmente, nos desafían como ciudadanos
creyentes: hay nubes y hay soles, horizontes límpidos y nubarrones, el pasar de
los meses y algunas citas electorales, las noticias consabidas y algunas que
nos sobresaltarán sin cita previa con sus disgustos y sus traiciones. Por eso,
nuestra puesta a punto, nuestro recomienzo tras las navidades, no tiene ese
trasfondo triste y cansino como quien vuelve a lo de siempre con una resaca
insufrible, sino que, poniendo nombre y acaso fecha a las cuestiones, queremos
vivirlas con Dios, para Él y sin hacerlo contra nadie, con toda la
responsabilidad que nuestro momento reclama: sin complejos y sin presunciones,
con tacto y con libertad, con arrojo y paciencia, con imaginación creativa y
con humildes soluciones.
Como siempre, en todo camino que se reemprende, ante
todo desafío que nos reta, no somos francotiradores los cristianos como si tuviéramos
que inventarnos las cosas, descubrir los mediterráneos, chuparnos el dedo
ingenuamente o mirar al otro siempre y solo desde sus peores intenciones. Lo
que nos permite ese equilibrio sensato que no es fruto de la equidistancia
cobarde y asustadiza es que vivimos las cosas desde Dios, con la Iglesia, y en
el mundo en el que nuestros pies surcan su senda cada día. Faltar a uno de
estos tres factores dará como consecuencia algún tipo de desequilibrio
indeseado, de estéril confrontación o de un desgaste desmedido. Dios, la madre
Iglesia y nuestra conciencia que pisa con los pies en la tierra: estos son los
referentes para la aventura de nuestro recomienzo.
Es cierto que hay legislaciones recientes que no
responden a una demanda social, ni se han aquilatado con un debate que lime sus
aristas y equilibre sus dislates, y que tienen que ver más bien con una
estrategia ideológica, apresurada en sus plazos y provocativa en sus
conquistas. Cuando la vida (toda vida), la familia, la educación, la libertad,
la verdad, la convivencia plural… quedan cercenadas y en entredicho, se nos
reclama a despertar y aportar también nuestra cosmovisión de las cosas, quizás
con un talante de diálogo que nos niegan y con una tolerancia que no claudica
ante lo verdadero. Estos meses por delante, tenemos estos retos y desafíos,
mientras seguimos subiendo la cuesta de enero en los peldaños de un año que se
presenta intenso y complejo.
+ Jesús Sanz Montes
Arzobispo de Oviedo
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