domingo, 26 de enero de 2014

Jugando con Jesús al escondite (2)



    
            (v.19) Yo comprendo que estéis intrigados por lo que estoy diciendo. Pero creedme, esto es parte de nuestro juego al escondite. Nuestro reencuentro va a ser mucho más gozoso de lo que podéis imaginar. Un tiempo de ausencia entre dos personas que se aman hace que el encuentro sea más delicioso. Es verdad que vosotros no podéis ir a donde yo estoy, pero os podéis dejar llevar por mí.
            (v.20) La alegría del mundo será bulliciosa y llamativa, pero superficial; el mundo no sabe apreciar la verdadera belleza, el verdadero amor; se regocija en revolcarse en la basura del pecado y de la lascivia. El mundo se alegrará a lo grande cuando me quite la vida, y no se impresionará al verme resucitado. Vuestra tristeza y rechazo de lo que el mundo considera deleitoso demuestra que sabéis apreciar las cosas que producen alegría verdadera e incontami-nada. Vuestra tristeza y vuestro llanto están diciendo en alta voz que me amáis y que me echáis de menos; esta tristeza y este llanto son una preparación excelente para disfrutar de la alegría más santa.
            (v.21) Nunca se me olvidará el caso de una madre que le decía a su bebé con alegría mezclada con orgullo santo: “No sabes lo que me has costado; no tienes idea de lo precioso que eres para mí”. Podía haber añadido las palabras de Jesús: “No sabes qué gran contribución hemos hecho entre los dos al género humano, al traerle un nuevo regalito de Dios”.
            Acostumbraos a pensar de manera positiva: vuestros sufrimientos no son en vano, y ni uno solo de ellos pasa desapercibido. El Padre lo ve todo; y un día podréis alardear, delante de todos los santos, de todos los malos trances por los que habéis pasado en vuestra vida en la tierra. Esto es lo que hace San Pablo en (2 Cor 4,7-10). Dice: “llevamos este tesoro en recipien-tes de barro para que se vea claro que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no nuestra: Nos encontramos

Atribulados en todo, pero no aplastados
Apurados, mas no desesperados,
Perseguidos pero no abandonados,
Derribados, mas no aniquilados.

Llevamos siempre en nuestros cuerpos, y por todas partes, la muerte de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo”.
            Parece como que Dios está practicando el patinaje artístico con Pablo: Le lanza hacia arriba muy alto, pero nunca le deja caer al suelo y hacerse daño; lo arroja lejos de sí, pero de manera que siempre termine por regresar a sus brazos; hace como que con su cabeza está aporreando el suelo pero nunca lo toca; le estrecha contra su pecho como una madre a su criatu-rita, pero nunca lo asfixia.

            (v.22) ‘Nadie os quitará esa alegría’. Cuentan de Muñoz Seca que cuando le iban a fusilar, les gritaba a los soldados del escuadrón: “La vida me la quitaréis, pero el miedo nunca me lo podréis quitar”. Jesús, por el contario, diría: “Me podréis quitar la vida del cuerpo; pero nunca seréis capaces de quitarme la alegría de poder dar la vida para mostrar mi amor”. Lo mismo tendríamos que poder decir nosotros: “Nadie puede ser capaz de quitarnos la alegría de pertenecer a Jesús”.

            (v.23) Entonces veréis claro que yo no estaba hablando en algarabías cuando os decía: “Un poquito, y ya no me veréis; y otro poquito y me veréis”. Entonces veréis que nuestro juego al escondite fue de corta duración, mientras que nuestro encuentro durará para siempre.
            Estaréis tan identificados conmigo, que el Padre, al oíros, se hará la ilusión de que me está oyendo a mí. Y como el Padre no puede negarme a mí nada de lo que le pido, tampoco podrá negaros nada de lo que le pidáis.

            (v.24) Los discípulos de Jesús se regocijaron de oír decir esto a Jesús hasta cierto punto; nunca habían entendido del todo lo identificados que  estaban con Jesús; uno diría que nunca se habían atrevido a pedir nada al Padre en nombre de Jesús; para ellos Jesús era sólo el maestro. Su identificación con Jesús vino después de su pasión, muerte y resurrección, y fue llevada a cabo por la in-habitación del Espíritu Santo. ¿Podemos imaginar una alegría mayor que la de sentirse uno con Jesús en la presencia del Padre?

            Otra Experiencia que deseo compartir. Yo tengo una hermana encantadora, se llama Rosario, la llamamos Sarines, es un año y meses más joven que yo. Cuando éramos niños y salíamos de paseo con mis padres fuera de la ciudad de León, a Sarines le gustaba jugar al escondite: corría delante del grupo y se escondía detrás de un árbol como para hacernos creer que se había perdido; pero cuando llegábamos cerca del árbol, salía jubilosa y corría derecha a los brazos de mi madre para darle, y darnos a todos, una alegre sorpresa. Un día se equivocó y, en vez de los brazos de la mamá fue a parar a los brazos de una maestra que aquel día nos acompañaba. Le entró tal angustia al pensar que podía parecer que estaba traicionando a su mamá, que ya no jugó más aquel día y ya no se apartó más de ella en todo el camino.


 Santiago Alonso

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