sábado, 3 de febrero de 2018

Domingo V Tiempo Ordinario



Pasó haciendo el bien

        Jesús proclama que ya comienza la llegada del Reino de Dios y, como prueba de ello, cura a endemoniados y enfermos. Ya nos ha dicho Marcos que Jesús es esencialmente el pregonero de la llegada del Reino de Dios; en este contexto nos presenta ahora lo que era un día de este pregonero: enseña con autoridad, libera a endemoniados (domingo pasado), cura a enfermos y algo importante, que es el secreto de su actividad, ora a Dios su padre.

Jesús no fue solo el pregonero del Reino, sino su primer realizador, fue autobasileia, personificación del Reino, en cuanto que es el primer hombre en cuyo corazón Dios reinó plenamente con un reinado que culminaría en su resurrección. Por eso lo que Jesús hace es signo que muestra lo que obra Dios en el corazón de la persona en la que ya comienza a reinar. Si Dios es amor misericordioso, lógicamente el corazón dominado por él tiene que estar volcado en la misericordia con los demás. Ésta es la razón de la obra de Jesús, que aparece a lo largo de todo su ministerio haciendo el bien. No curó a todos, porque su tarea no fue destruir ahora la enfermedad y la muerte, ya que estos hechos pertenecen a su parusía; ahora curó a unos pocos como signo de la presencia del Reino, que implica un no al dolor y a la enfermedad, legitimando de esta forma que era el Mesías instaurador del Reino, ya que “los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios...” (Mt 11,5). Más aún, quiso compartir por amor solidario la condición humana, sometida a la enfermedad, el dolor y la muerte, dándoles así un sentido redentor.

        El libro de Job, del que se ha tomado la primera lectura, ofrece una postura importante ante la enfermedad: se niega que sea castigo de Dios por los pecados personales, por otra parte, se afirma su carácter pedagógico pues ayuda a experimentar la fragilidad humana (tema de la primera lectura) y finalmente confiesa su ignorancia sobre la última razón de la enfermedad, que sólo Dios sabio y poderoso conoce. Por eso a él se remite con confianza ante los frecuentes porqués que plantea la enfermedad. En general el AT veía la enfermedad asociada al mundo del mal y del pecado: “Dios no hizo la muerte ni goza destruyendo a los vivientes. Todo lo creó para que subsistiera; las criaturas del mundo son saludables; no hay en ellas veneno de muerte, ni el abismo impera en la tierra... Dios creó al hombre para la inmortalidad y lo hizo a imagen de su propio ser; pero la muerte entró en el mundo por la envidia del diablo y los de su partido pasarán por ella” (Sab 1,13-14; 2,23-24). En niveles populares esta vinculación de la enfermedad al mal llega al extremo de considerar endemoniados a ciertos enfermos que padecían enfermedades llamativas, como epilepsia y otras de tipo mental.

Jesús no dio ninguna explicación sobre el dolor o la enfermedad (sólo negó que la enfermedad fuera efecto del pecado [cf. Lc 13,1ss; Jn 9,1ss] y por ello que la enfermedad fuera castigo de Dios y apartara de él) sino que la combatió como perteneciente a un mundo destructor de la vida del hombre y hostil a Dios. Por eso curaba a los considerados endemoniados y demás enfermos (Una cosa es la existencia de Satanás, que no se cuestiona aquí, y otra diferente las creencias de endemoniados en este contexto cultural). Para el NT la enfermedad es un “emisario de Satanás”, cuyas consecuencias negativas hay que combatir y se pueden superar con la gracia de Dios (2 Cor 12,7-9), y que acabará definitivamente con la resurrección final (1 Cor 15,54-57; Apoc 21,4).

La enfermedad y el dolor son, por una parte, consecuencias de nuestra naturaleza frágil, finita y perecedera, pero, a la luz de la palabra de Dios, están relacionados con el pecado. La presencia actual del Reino de Dios debe quitar a la enfermedad esta connotación negativa, pues Jesús le ha dado un sentido pedagógico y redentor, ya que ayuda a experimentar nuestra realidad de criaturas débiles, y, por otra parte, unidos al dolor de Cristo tiene valor redentor. “El momento del sufrimiento, en el cual podría surgir la tentación de abandonarse al desaliento y a la desesperación, puede transformarse en tiempo de gracia para entrar de nuevo en uno mismo y, como el hijo pródigo de la parábola, reflexionar sobre la propia vida, reconociendo los errores y fallos, sentir la nostalgia del abrazo del Padre y volver a recorrer el camino hacia su Casa. Él, en su gran amor, siempre, y de cualquier modo, vela sobre nuestra existencia y nos espera para ofrecer, a cada hijo que vuelve a Él, el don de la plena reconciliación y de la alegría” (Mensaje de Benedicto XVI para el Día del enfermo 2012).

        La palabra de Dios nos recuerda hoy que Jesús fue el hombre en que Dios reinó y por eso tenía íntima relación con él (oraba) y se volcaba en hacer el bien (curaba). Ésta debe ser también la vida del cristiano, que, como tal, debe unirse cada día más a Jesús, imitando su intimidad con el Padre y su entrega a los demás. Todo lo que sea aliviar o quitar dolor y enfermedad está relacionado con el Reino de Dios. Médicos, enfermeros, cuidadores de enfermos, están prolongando la obra de Jesús al servicio del Reino.

La celebración de la Eucaristía es importante en la obra del Reino. En ella, unidos a Jesús, nos ofrecemos al Padre para que cada vez vaya creciendo su reino en nosotros. Para ello el Padre ofrece su ayuda con la que se pueden superar las dificultades. Esta unión al Padre por Jesús tiene que manifestar su legitimidad en nuestra entrega a los enfermos y necesitados de todo tipo.

Dr. Antonio Rodríguez Carmona



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